lunes, 7 de noviembre de 2016

Dios sí castiga, permitiendo y por nuestra salvación

Qué tristeza ver que el número dos de la Secretaría del Vaticano, monseñor Angelo Becciu, haya condenado las declaraciones del sacerdote Don Giovanni Cavalcoli tan oficial y tajantemente (véase imagen al pie con la información oficial) hasta conseguir su cese en Radio María (Italia) por decir que los terremotos son consecuencia del pecado del hombre.

Claro que el terremoto no es culpa de ellos en concreto, pero desde luego que Dios castiga y lo hace por justa misericordia permitiendo todo esto.

Ya Dios castigó con el diluvio y luego en Sodoma y Gomorra y hemos visto a donde llevó el comportamiento del Siglo XX, pero veo que la historia es la maestra con peores alumnos y que nunca aprenderemos.

¿A caso el hombre que rechaza a Dios no tiene pendiente su castigo eterno en el infierno? ¿O es que todos vamos al cielo independientemente de nuestras decisiones por esa "misericordia" de Dios?

Todos los males de este mundo son fruto del pecado y éste es personal y social, así como voluntario o inconsciente. Estamos a punto de ver la gravedad de nuestro mal comportamiento y no será por la "ira de Dios" sino para que podamos arrepentirnos y salvarnos.

¿A caso no ha dicho la Virgen en Fátima que vendrán castigos de no convertirse el hombre?, ¿O en la Salette... o, mejor aún, en Akita?

En los mensajes de Fátima:

"...si no dejaren de ofender a Dios, en el pontificado de Pío XI comenzará otra peor. Cuando veáis una noche iluminada por una luz desconocida, sabed que es la gran señal que Dios os da de que va a castigar al mundo por sus crímenes, por medio de la guerra, del hambre y de las persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre. Para impedirla, vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la Comunión reparadora de los Primeros Sábados. Si se atienden mis deseos, Rusia se convertirá y habrá paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia".

Mensajes de la Salette (22 septiembre 1871):

"Grandes castigos sobrevendrán, porque los hombres no se convierten; sin embargo, sólo su conversión que puede detener estos flagelos. Dios comenzará a golpear a los hombres infligiendo castigos más ligeros con el fin de abrir los ojos".

Nuestra Señora de Akita en Japón (3 agosto 1973):

"Para que el mundo conozca su ira, el Padre Celestial está preparando para infligir un gran castigo sobre toda la humanidad".

    o también el 13 de octubre de 1973:

"...si los hombres no se arrepienten y se mejoran, el Padre infligirá un terrible castigo a toda la humanidad. Será un castigo mayor que el diluvio, tal como nunca se ha visto antes".

No es al castigo de Dios al que hay que tener miedo, sino que no haga nada, siga permitiendo nuestra vida blasfema y terminara condenada la mayor parte de la humanidad.

Paz y bien.


Fuentes:

1) Osservatore Romano del 6-11-16 pag.8 (ver imagen original) www.news.va/vaticanresources/pdf/QUO_2016_255_0611.pdf




5) www.corazones.org/maria/salette.htm


miércoles, 2 de noviembre de 2016

Conmemorar la reforma, no es celebrarla

El viaje del papa Francisco a Suecia con motivo de los 500 años de la Reforma Luterana está siendo manipulado por muchas personas y casi todos los medios.

Mucho se critica al papa por sus intenciones más que por la teología desarrollada. Admito que no comprendo bien todos los pasos que da y sobre todo el modo o las formas, pero un hijo no tiene porque entender todo lo que hace su padre. Tiene que fiarse, confiar y rezar manteniéndose unido a su familia y no disgregarla y dividirla con conjeturas y subjetivas deducciones. Con la escusa de que hay que decir la verdad, cada vez se la hiere más y se la vive peor. Con la escusa de que hay que ser fieles al Evangelio terminamos por discutirlo más que vivirlo.

El Papa conmemora la reforma luterana, no la celebra. Y su interés es que también los luteranos entren por la pequeña puerta que lleva la Salvación. Acercarse no es ceder y es preciso no olvidar que la norma consiste en odiar el pecado y amar al pecador.

Cristo también entraba a comer con pecadores y le criticaban por ello, pero son precisamente ellos quienes tienen que sentirse acogidos y aceptados. No confirmados, pero sí aceptados. Ellos tendrán que querer el cambio y seguir la Verdad de Jesús. Pero eso es cuestión de ellos y de Dios. La Iglesia tiene que hacer la vez de Cristo en la tierra, pues es su cuerpo, y llevar a Cristo a todos.

Cristo llegó a mi pobre, insolente y justificada vida por medio de una hermosa y buena mujer que me enseñó con paciencia el camino. No se enfrentó con ataques a mi vida y, sin aprobarla, estando cerca y guiándome poco a poco y con cariño, me ha llevado al altar siendo un hombre nuevo. Ese rescate es el propio de cada cristiano y más aún de la Iglesia. La Iglesia debe de convencer porque atrae, no porque argumenta.

Un buen análisis de esa visita es el que ha expuesto el ex-pastor y fundador de la iglesia pentecostal sueca Ulf Ekman, quien entró en plena comunión con la Iglesia católica en 2014 [1] después de estudiar durante más de 10 años el Catecismo, el Magisterio:

"El Papa  conmemora la reforma, no la celebra. Esta visita a Suecia es única y traerá muchos frutos. Espero con optimismo que la reforma sea reevaluada de una manera más objetiva; qué fue lo que realmente sucedió, cuáles fueron los frutos  los buenos y los malos. Con toda seguridad el espíritu de humildad del Papa dejará buenas semillas, porque el Papa es el más indicado para incentivar el  encuentro y evitar las controversias, porque la visita a Suecia, está inspirada en la caridad y en la consideración. Además habrá en Suecia un antes y un después de esta visita del Papa Francisco".

Como dijo el Papa en una entrevista al director de la revista jesuita sueca Signum, P. Ulf Jonsson, que ha sido publicada en la revista jesuita "La Civiltá Cattolica[2]:

"El entusiasmo debe moverse hacia la oración conjunta y las obras de misericordia, trabajar de forma conjunta para ayudar a los enfermos, los pobres y los encarcelados. Hacer cosas conjuntas es la forma de diálogo más efectiva". [3]

Dejemos de difundir opiniones y centrémonos en confiar, sin pretender saberlo y entenderlo todo. Unámonos en la oración, veamos lo bueno y quedémonos con ello con esperanza. Recordemos que El Espíritu Santo no se va de vacaciones.

Paz y bien




miércoles, 26 de octubre de 2016

Mujer sumisa y hombre entregado: cuestión de dignidad o de formalidad

Ante las lecturas del pasado 25 de Octubre (ver al final), no me he podido resistir en aportar un enfoque que suelo transmitir en los cursos de prematrimoniales y que me parece central para estos tiempos, turbios por la ideología de género y la confusión generada por el dolor de los frecuentes divorcios de hoy en día.

Lo primero a tener en cuenta es que lo esencial del mensaje, en ocasiones tergiversado y distorsionado, es que San Pablo empieza con el imperativo exhortativo “sed sumisos” dirigidos a todos. Es decir, lo principal es recordar que todos tenemos que ser sumisos los unos con los otros, por lo que el papel que desarrolla a posteriori sobre el esposo y la esposa es secundario al primero y describe una formalidad descriptiva, más que una esencialidad constitutiva.

Ahora bien, lo más importante de entender bien, es precisamente la expresión más polémica con respecto a las mujeres: “que se sometan a sus maridos como al Señor”. De esta frase quiero destacar dos aspectos fundamentales para penetrar correctamente el misterio profundo e inagotable del matrimonio aportando mi experiencia como psicólogo orientador.

Hay tareas para todos

Hay que tener muy presente que esta frase, en la que San Pablo invita a las mujer a someterse a los maridos, tiene que ser entendida a la luz de la siguiente: “maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia”. Es muy importante, ya que Cristo murió por amor en un sacrificio único, santo, definitivo, pleno y perfecto. En este sentido, no es una tarea inferior a la que se le asigna a las mujeres. De hecho, la tarea de la mujer de someterse al marido se entiende desde la admiración, el respeto y el amor a un marido que está constantemente dando la vida por ella y la familia, pero la del marido lleva a una imitación de cruz, es decir, de muerte.

El concepto de sumisión

Es preciso entender qué es “sumisión”. El concepto de “sumisión” no debe de entenderse de forma despreciativa o minusvalorativa, sino todo lo contrario. La palabra sumisión deriva del latín submissio, que significa “sometimiento”. Sus componentes léxicos son el prefijo sub (abajo) y mittere (enviar), con el sufijo -ción (acción y efecto). Es decir, hace referencia a la acción de enviar abajo. Esta etimología ha dado lugar a entenderlo equivocadamente, como si la mujer estuviera por debajo del hombre y por lo tanto valiese menos. Pero, ¿podría Dios crear a la mujer en menor dignidad que el hombre? Claramente no. El sentido correcto y revelador es que la mujer es enviada a ese “abajo” para trabajar desde las instancias más profundas de la familia. La mujer, con su vocación principal y constitutiva a la maternidad está llamada a ser los cimientos de una familia sobre los que se desarrolla la vida y alrededor de la cual gira prácticamente todo. Hay que entenderla como el eje alrededor del cual no sólo se genera el amor, sino de donde se nutre la seguridad afectiva y se mantiene el desarrollo psíquico, anímico y espiritual de todos los miembros. La madre es la fuente del río y el agua que corre dando vida a quienes la habitan. De hecho todos nacen en ella y permanecen en ella de alguna manera, incluso el padre. Incluso a nivel físico, cuando se concibe un hijo, el padre deja un material genético que se une al de la mujer en la generación de una persona. Ésta llevará en sí ese material genético[1], pero quedará también en el torrente sanguíneo de la madre. Es más, de la madre pasará a otros hijos, por lo que ella acumulará en cada gestación material genético del marido y de los hijos, quienes irán cada vez compartiendo más información (el último, evidentemente, compartirá la de todos). Es curioso observar que el único que no recibe carga, ni recombinaciones genéticas, es el padre, quien está llamado a actuar, en cierto modo, desde fuera. Dicho de otro modo, y de forma figurada, mientras la madre tiene los dos pies en la familia, el padre tiene uno dentro y uno fuera.

¿Es inferior el padre entonces?

Desde luego que no. El padre tiene la función de dirigir ese rio. La madre aporta la vida en el agua y la fuerza para que corra, pero el padre debe de garantizar la dirección del río. Ésa es su tarea. Tiene que estar fuerte, pendiente del entorno externo y atento a defender esa vida que lleva el río. Por eso está dirigido menos a la sensibilidad afectiva, emocional o relacional y más a lo práctico, técnico, organizativo. El padre es más rígido y asertivo porque está llamado a enraizarse y mantenerse firme en la dirección, con fuerza y asertividad (de allí que le sea tan connatural la competitividad). La esposa se abandona a él con obediencia, pero por amor, pues sabe que confía en él y en su disposición a dar la vida para acertar esa dirección y mantenerla. Ambos trabajan con el mismo fin: que el rio y lo que lleva llegue a su correcto destino. Allí ya no será río y los papeles o roles no tendrán ese fin (aunque seguirán marcando nuestra forma de ser, evidentemente), pero permanecerá el amor que cada cual ha puesto en su tarea y gozarán de los frutos que ese amor ha dado.

No sólo genética

Esta centralidad de la madre a nivel genético es más fuerte aún si lo entendemos desde la implicación psicológica, espiritual y teológica. La madre se dirige vocacionalmente y antropológicamente hacia la génesis del amor y hacia la fuerza que lo mueve dentro de cada uno de los miembros familiares, padre incluido, quien, como San Juan Pablo II escribió en una preciosa poesía “sabe que está en ellos: quiere estar en ellos y en ellos se realiza”[2]. El padre gira alrededor de la madre y ésta tiene la noble y fundamental tarea de colaborar para que los hijos se percaten de él, le respeten y le sigan con la misma fe. En este sentido, retomando la poesía: “sombra debe ser una madre para sus hijos”. La madre tiene un papel fundamental por su delicadeza, pero tiende a ser poco visible. Es un papel central para todos los miembros (incluso externos a la familia), pero no es apreciado, no por valer menos, sino porque apunta sobre todo a los demás y especialmente al capitán, quien lleva el barco o el río. Por eso la Iglesia (jerárquica), en la metáfora de San Pablo, no debe de buscar ser alabada, seguida y apreciada, sino encargarse de indicar a Jesús desde el servicio humilde y fiel, como hizo también San Juan Bautista, y de que todos sigan a Jesucristo. La Iglesia nos muestra a Cristo guardando bien el camino y Cristo nos lleva al Padre, del mismo modo que una madre indica al padre y éste lleva a Dios. Pero el esposo, sin la esposa, no llega por sí mismo al final, ni lo hace con mayor o menor mérito, pues escasa es la aportación de los padres en la tarea de la educación y del amor, y grande lo que Dios pone de suyo con la gracia que sostiene y dirige los frutos de ese amor y a la familia entera.

No es pues cuestión de importancia en los papeles, sino de compenetrarse “EN” el amor (amor conyugal y familiar), “CON” el amor (amor sacramental que presencia a Cristo y manifiesta la inhabitación trinitaria en cada uno) y “PARA” el amor (la comunidad de amor y el cielo).

Algunos consejos

Tanta teoría no es útil sin unas concreciones prácticas o unos consejos interesantes, por lo que tratemos ahora de abarcar esos papeles familiares de modo más concreto.

La madre

Que la madre no abandone su maternidad, que no reniegue de su fertilidad, ni desprecie su sensibilidad o su capacidad de relacionarse de tú a tú con los hijos y con los necesitados. Esa facilidad para emocionarse, para sentir, para intuir, para adelantarse a todo. O esa capacidad de relativizar y flexibilizar la rigidez de las normas. Son características que la enriquecen y que brotan de su condición antropológica y que marcan su camino de santidad. El cuidado de los hijos, desde esta perspectiva, no podrá ser sustituido por nadie, ni por el padre. Es bueno que la madre hable bien del padre y que le incluya en la dinámica familiar invitando a ir a verle, a saludarle al llegar a casa, o invitando al padre a pedir perdón a los hijos cuando se ha excedido, rebajando los castigos hablándolos con él, consolando las lágrimas de los hijos mientras sufren la fuerza del padre y a la vez mostrándole al padre aquellas asperosidades que tiene que pulir y suavizar para ser imagen de San José y no del “justiciero de la noche”. ¡Qué tarea tan importante de la esposa para con el esposo!

El padre

El padre tiene que aprender a ser justo, a no enfadarse siempre y demasiado, a ser flexible y misericordioso. Exigente, pero con cariño. Tiene que estar atento a las necesidades de los hijos, especialmente de los varones que buscarán en él (cada uno a su manera única  e irrepetible) ese modelo, esa seguridad que no sólo les indicará cómo ser con los demás, sino que les dará una guía de cómo tratar a las mujeres y a su futura mujer. Un padre tiene que saber dejarse llevar de la mano por su esposa hacia la intimidad familiar y estar dispuesto a aprender con respeto y sensibilidad cómo manejar tanta fragilidad interior. Una hija con un padre bueno es una mujer fuerte y sana, capaz de buscar un buen hombre sin la necesidad de lanzarse en los primeros brazos que la consuelen o en amistades que la distraigan.

Los hijos

Aunque no de una forma absoluta por el factor “libertad personal”, los hijos reflejarán siempre la calidad del amor que se han tenido los padres. Crecen nutridos del amor conyugal, no del amor que individualmente los padres les tratan de transmitir. Cuando falta uno de los padres, la tarea se hace difícil y es preciso un esfuerzo de compensación por la madre o el padre que quede. Una ruptura matrimonial SIEMPRE herirá el corazón de los hijos, lo digan o no, se note o pase desapercibido, ocurra a los 8 años o a los 40. Hay algo espiritual que conforma una familia y es el hogar íntimo compartido que se aprecia por una sensible observación o por su triste ausencia cuando desaparece.

Conclusión

El ser humano tiene la increíble capacidad de pensar y razonar para descubrir la verdad y conocer el amor, pero también es capaz de generarse y “aceptarse” creencias que como finas capas le ciegan el intelecto y le entregan a las creencias inventadas para justificarse. Es cuando nuestro “yo” se oscurece tras justificaciones y falsedades que ya no reconcomeos, sino que defendemos y justificamos. Se hacen invisibles a la conciencia por su lento proceso de auto-pegado y es importante contrastarlas con una vida humilde, abandonada a la voluntad de Dios y, por lo tanto, a la oración silenciosa que las revela. Es precisa una vida de gracia y en eso consiste la acción sacramental de Cristo en el matrimonio. Los esposos, iguales en dignidad, se deben un amor mutuo que les proyecta a través de Cristo y la realización de una comunidad de amor (la familia) hacia el eterno gozo del cielo, donde se reunirán para contemplar las grandezas de Dios en esa vocación, que nada tiene que envidiar al sacerdocio si es vivida con amor intenso y verdadero.

Os dejo la lectura del 25 de octubre de 2016 de la que se inspira esta reflexión.

Paz y bien.

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Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (Ef 5, 21-33)

Hermanos: Sed sumisos unos a otros con respeto cristiano. Las mujeres, que se sometan a sus maridos como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia; él, que es el salvador del cuerpo. Pues como la Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia: El se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son. Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. «Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.» Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia. En una palabra, que cada uno de vosotros ame a su mujer como a sí mismo, y que la mujer respete al marido.



[1] Hay estudios concretos en los que, tras la fecundación de dos ratas, se ha encontrado una migración de células madre de la hembra (donde hay carga genética del padre) que han terminado instalándose en el cerebro de la madre. Es decir, el acto reproductivo llegó a trasladar células del padre a la madre y este material genético se recombina en cada parto. Cuanto menos asombroso.
[2] K. WOJTYLA, Esplendor de paternidad, ed. BAC, Madrid, 1990 pp. 171-172

lunes, 26 de septiembre de 2016

¿QUIÉN ERES? CARTA A UN DESCONOCIDO

¿Quién eres?, ¿quién soy? Importante pregunta. Sin la pregunta adecuada no llegamos a las respuestas importantes. No se trata sólo de lo que siento y lo que deseo, sino de descubrir por qué…
Veamos cómo podemos reflexionar brevemente sobre lo esencial de esta pregunta.
Tú no te has creado a ti mismo. No decidiste ser, fuiste llamado a la existencia por otra entidad que no eres tú. Eso es evidente. ¿Qué se puede saber sobre esta premisa? Fundamental: que alguien ha querido que tú existieras. Digo “alguien” porque tiene que ser una forma inteligente y con voluntad, de lo contrario tú no podrías reflejar esa inteligencia y esa voluntad que posee. Sería imposible que algo inferior creara algo superior. Así que, primer punto: has sido creado por alguien que te ha querido. Si te han querido, lo han hecho antes de que existieras, por lo que es la huella más importante que puedes encontrar en ti, pues lo primero que se hace al crear es lo que más define lo creado. Si creamos una estatua no será lo mismo elegir piedra que madera. Todo depende de eso, por lo que imprime un carácter específico. Pues el amor es lo primero que define al ser humano y es lo primero que te define a ti.  De hecho, es tan profundamente definitorio que si no te das cuenta de que te han querido por ti mismo, independientemente de tus méritos, cualidades o logros en vida, nunca encontrarás el sentido y la dirección, siempre estarás en búsqueda insatisfecha de algo. La fijarás en tus títulos, tus trabajos o, con un poco más de suerte, en tus amigos y personas cercanas. Pero pronto descubrirás entonces las características de ese amor. Quien te ha creado es eterno, pues de lo contrario lo habrían creado a él, así que ha dejado en ti un profundo deseo de esa eternidad. El amor que deseas es perfecto, eterno, completo, sincero, único, absoluto, y es fácil darnos cuenta de que no podemos devolverlo tal como nos gusta. ¿Perdonamos tanto como queremos ser perdonados? De allí que descubrimos la primera dificultad en las relaciones: no son tan perfectas como la que tenemos con nuestro creador, pues él siempre nos acepta perfectamente, los demás… no tanto. La infinitud de su ser nos ha dado unas reglas de vida que no podemos aplicar de forma absoluta. Necesitamos vivir con un deseo infinito en un mundo finito. Esto que podría verse como una maldad, es simplemente el eco de una promesa, pues estamos llamados a esa eternidad, no a la finitud. Tu creador te ha hecho para responder a su iniciativa y mantener esa respuesta para siempre.
De esto podemos también sacar otras dos características. Eres capaz de conocer a tu creador, tienes esa inteligencia, esa capacidad de alcanzarlo. Quizás no totalmente, pero puedes llegar a tener esa certeza de que eres amado de forma única y personal, y que te espera una eternidad. Es lo que despliega ese misterioso pero grande y constante deseo de eternidad que todos tenemos dentro. Esto nos introduce en otra dimensión: la libertad. El hecho de que puedas conocer el amor que te han tenido es para elegirlo libremente, de lo contrario no tendría ningún valor. Quien te creó te ha querido antes de que existieras, te capacitó para descubrirle, pero sobre todo se ha arriesgado dejándote libre de aceptarle o rechazarle, aunque esto le cueste perderte eternamente. Sin libertad no hay amor, pero tampoco tendría sentido el conocimiento y el amor, sin la libertad. Así que ya hemos visto elementos muy importantes: alguien eterno te ha dado sus propias características para que puedas tú también conocerlo, responder a su amor aceptándolo libremente.
Claro que falta un elemento importante. ¿Por qué no crearnos directa e inmediatamente en presencia suya? Pues bien, porque pensó darnos un tiempo para que nuestra naturaleza humana le fuera descubriendo en un medio no solo espiritual, sino también material. Eso implicó el tiempo y con él el crecimiento y la educación, para que en ese tiempo nos enseñáramos los unos a los otros ese camino basado en el descubrir las maravillas poco a poco y fiándonos de los demás. ¡Qué mejor forma de promover la libertad y la fe en el acercamiento al misterio de donde hemos salido!
Pero igual que un ordenador sin un disco duro no tiene mucho sentido, una persona sin interioridad tampoco podría registrar todo lo que experimenta en su interior. En efecto, el mismo creador te dejó en lo más profundo de tu ser, un lugar que podemos llamar “intimidad”. Allí es donde te busca, donde puedes encontrarle, desde donde te alimenta y te llama. Algunos la llaman conciencia, otros, corazón, pero lo cierto es que todo hombre sincero puede descubrirla. Si vas a ese lugar con sinceridad descubrirás lo que te conecta a tu creador. Te descubrirás solo y sostenido al mismo tiempo, así como necesitado de silencio para entender el diálogo al que te sientes iniciado. En ese mundo interior descubrirás toda la dualidad que caracteriza tu naturaleza humana: único, pero en sociedad, material, pero también espiritual, sujeto y objeto, varón y mujer, padre e hijo, etc.

No es fácil descubrir todo esto, pero el creador te ha dejado un regla de oro, constitutiva de todo tu ser, para que puedas aprenderlo todo: ha puesto el fin de tu vida en otra persona. ¡Qué fuerte! Esto implica que el secreto de la felicidad está en destinar nuestra vida a otro. Así, si eres padre, descubrirás cómo ese creador te llama a sí mismo como un padre; si eres hijo, descubrirás tus capacidades, tus puntos fuertes y a controlarlos y dirigirlos... Pero hay algo más.

Es tan importante que cada uno descubra quién es, para quién es y cómo lograrlo, que el creador nos ha regalado una dualidad fundamental: nos ha puesto cara a cara varones y mujeres. La atracción que experimentamos los varones y las mujeres es tal que permite que nos importe de forma única, necesitada y casi absoluta. Cuando nace la chispa, ese enamoramiento, descubres pronto que ella o él es el camino de algo importante. Efectivamente, el salir al encuentro del otro nos despierta el deseo de conocerle, saber de él, conocer su historia, su forma de ser, sus deseos, lo grande y lo sencillo. Psicológicamente se descubre un deseo de fusión… tan intenso que hay que aprender a gestionarlo para que no explote. Ese conocer te pone delante de “otro yo” que también busca, anhela, desea. Empieza el baile del amor que busca reciprocidad donde el deseo de fusión o unión choca con el saberse único y mantenerse independiente y autónomo. Es un descubrir esas características tan importantes que el creador puso en nuestro ser: el amor, el conocer, la libertad y una intimidad para el encuentro. Varón y mujer juntos están llamados a descubrir esas dinámicas entregándose en modos diferentes para descubrir cada uno su camino, pero juntos. 

Qué importante no caer en el error número uno: usarse. El secreto de la felicidad es saberte en el mismo camino “con” la otra persona, no “por medio” de la otra persona. En el primer caso caminarás con la otra persona hacia una meta superior y eterna, en el segundo te encontrarás otra vez contigo mismo, pero degradado y herido en dimensiones muy profundas que no se arreglan con facilidad.

Pero cómo es el varón y cómo la mujer. Importante pregunta. Muchos han intentado desvelar este misterio. Vayamos a lo fundamental otra vez. Si juntos tenemos que llegar al mismo punto, es aprendiendo a ser “una unidad de los dos” que se podrá conseguir. Así pues, donde el hombre es muy racional, sencillo, e incluso superficial, dirigido a las tareas concretas, así como a los logros y la autoafirmación; la mujer sale a su encuentro para compensar todo eso siendo más imaginativa, compleja, con mucha profundidad, dirigida a muchas tareas, centrándose en las relaciones personales más que en lo concreto y técnico. Donde prevalece una necesidad de logro y autoafirmación, la mujer aporta un enfoque capaz de llegar con flexibilidad y paciencia. Donde hay una predisposición a abandonar ante la dificultad, la mujer sale al encuentro con su constancia y su perseverancia. Así pues, no se trata de que uno enseñe al otro o de que uno aprenda del otro, sino de una compensación constante, mutua, libre, entre dos iguales en dignidad, pero con configuraciones complementarias. Como dos manos hechas para verse una en frente de la otra y poderse entrecruzar, o como dos bailarines de patinaje sobre hielo dando vueltas agarrados de las manos que sin valer uno más que el otro se compensan para mantenerse girando.

Así que, qué bella es la vida si ahora sabes que has sido creado por el amor, para el amor, capaz de conocerlo y responderle libremente a lo largo de tu vida, sabiendo que no estás sólo en ese caminar, ya que hay alguien que te complementa no sólo en la evidente corporeidad, sino en toda tu forma de ser y con la cual podrás no sólo encontrar el camino para volver a la eternidad en la que fuiste pensado, amado y creado, sino que  además te permitirá bailar y cantar durante un camino en el que aprenderás más sobre ese Amor, siéndolo tú para otros en la educación y el amor a los demás, y donde los frutos serán para la eternidad.

Paz y bien.



jueves, 22 de septiembre de 2016

¿Para qué esforzarme si Dios ya lo sabe todo?

Si Dios ya tiene planeada mi vida y la fecha de mi muerte ¿para qué vivir en base a Él? ¿Para qué rezar? ¿Por qué "intentar" no pecar si Él ya sabe qué voy a hacer?

Es tan cierto como misterioso que Dios conoce el pasado, el presente y el futuro como si de un mismo instante se tratara a pesar de estar presente en el tiempo que nosotros vivimos, pero esto es un misterio. Para no caer en las grandes dudas que levanta esta cuestión con respecto al valor de nuestra libertad cuando Dios conoce ya nuestra respuesta hay que decir que es importante no confundir la libertad de la criatura de la libertad de Dios, así como los diferentes tipos de libertades en la criatura humana (sin entrar en la angelical).

Dios es libre porque es originario, es decir no tiene inicio ni fin y todo sale de Él, quien siempre crece en amor intratrinitario y hacia sus criaturas de forma dinámica y siempre creciente. Todo lo que él hace es bueno y sólo es malo aquello que, por ser libre, se aleja de Dios y deja de crecer unido a él y mirándole, como el sarmiento que se corta de la vid[1] (Jn 15, 1-8).

Sin embargo, el hombre es libre no tanto por poder elegir una acción u otra, algo que de alguna forma también realizan los animales, sino por poder destinar su vida a quien quiera y lo que quiera. Es una decisión trascendental y de vital importancia, pues fallar en esto puede llevar al hombre a alejarse de Dios e incluso condenarse rechazando la misericordia voluntariamente, perdiendo propiamente la libertad profunda que sólo crece dirigiéndose a Dios y siendo sostenidos por él. El hombre tiene que elegir personalmente entre el bien y el mal, por lo que, de hacerlo conscientemente, se hace responsable de la elección por doble vía: mereciendo la elección que toma (no tanto por los frutos que dará esa elección), si es buena, y culpabilizándose si es mala.

Pero estamos en el orden natural, no en el sobrenatural. La libertad del hombre es imprescindible para que su aceptación de Dios (amor) sea significativa, tanto que Dios prefiere correr el riesgo de que alguien se condene a que le elija sin ser libre, por eso ninguna persona puede realmente sentirse amado por un animal, pues no es persona y no puede corresponder al amor.

Lo que ocurre es que esta libertad humana es limitada ya que nuestro conocimiento, capacidad y naturaleza están limitados por el pecado y por ser criaturas. Dios sin embargo penetra el espacio, el tiempo y la naturaleza de un modo que conoce con tal profundidad la esencia de todo lo que ha creado que alcanza a estar presente incluso en aquello que nosotros aún no hemos elegido.

La discusión entre el pecado y la gracia ha sido una de las más debatidas durante estos 2000 años y ya San Agustín le ha dedicado muchas reflexiones y discusiones. Es un misterio incomprensible, pero lo que sí sabemos es que Dios da a cada uno la posibilidad necesaria para salvarse, dejándonos la posibilidad de pedir los unos por los otros e interceder a favor de alguien. De allí que es muy importante la comunión de los Santos, la oración por los demás (especialmente por las almas del Purgatorio que no pueden rezar para sí mismas y esperan nuestras oraciones), la petición de ayuda de Dios (sobre todo del Espíritu Santo que es quien revela y obra para Dios Padre) y de María (que es corredentora y mediadora de todas las gracias).

Hay muchas gracias que son concedidas porque uno las pide por otro y que de otra manera no habrían sido derramadas. Otras Dios las quiere derramar, pero nadie las pide (como es representado en la medalla de la Virgen Milagrosa revelada a Santa Catalina Labouré, donde los rayos representan precisamente esas gracias). Casi nunca somos conscientes de quién las ha pedido por nosotros, pero siempre son efectivas y siempre se conceden por el sacrificio redentor de Cristo en la cruz. Por eso es importantísimo rezar por los más necesitados y alejados, sobre todo por los que nadie reza por ellos, los pobres de los más pobres (no sólo físicamente, sino sobre todo espiritualmente).

Aún así, hay que entender que Dios ama a todos, pero no a todos por igual, ni a todos da las mismas gracias. Esto obedece al plan salvífico de Dios y no corresponde a nosotros juzgar dicha distribución de la gracia, pues siempre es justa. En parte porque al amor de Dios depende de nuestra respuesta, ya que cuanto más perfecta es una respuesta, más Dios puede obrar su gracia. De allí que en la Virgen María se da el amor humano más grande de todos, pues concebida sin pecado, su respuesta de amor ha sido y es la más perfecta de todas, hasta asignarle la terea de administrar todas las gracias del Padre, llegando a ser “el paraíso de Dios” como dijo San Luis María Grignión de Montfort.

Podríamos preguntarnos entonces: ¿Por qué Jesús eligió a Judas para ser su apóstol si sabía que le iba a traicionar y, sobre todo, por qué le dejó estar a su lado hasta el final?

Sencillamente porque en el momento más importante de la vida de una persona, que es su juicio particular justo después de su muerte, nadie podrá reprocharle a Jesús no haber hecho todo lo posible para que se pudiera salvar, dejando así patente que la elección de rechazarle no era de Dios y, a la vez, mostrando exactamente lo contrario, es decir, su profundo y total deseo de salvación de esa persona, hasta el punto de ser perjudicado en la cruz. Porque si supiéramos el valor que tiene un alma para Dios nos derretiríamos de tanto amor inmerecido y se nos desharía el corazón en lágrimas de gratitud para toda la eternidad. Porque es así: Dios nos tiene pensados desde toda la eternidad y desde esa eternidad nos ama y espera nuestra respuesta a su amor. Sólo uno es el deseo de Dios hacia la persona creada: hacerle partícipe de su amor eterno por la infinita misericordia desbordante de su corazón de amor.

En conclusión la libertad no se puede entender mezclando los planes sobrenaturales (Divinos) de los naturales (humanos) sino dentro de cada plan y atendiendo a que el plan divino penetra lo humano sin alterar su elección libre y real y, por lo tanto su responsabilidad. Tampoco se puede reducir la libertad a meras elecciones, sino que hay que verla como una adhesión cada vez más perfecta a la voluntad del padre. La paradoja más grande de la libertad es que cuanto más se la entrega a Dios, más crece en perfección, significado y alcance. Por lo contrario, cuanto más se aleja de Dios, más encierra a la criatura en su naturaleza, despersonalizándola y reduciéndola a un sí mismo egocéntrico, caprichoso y más cercana al sinsentido decreciente y a la auténtica muerte.

Diego Cazzola Boix



viernes, 16 de septiembre de 2016

Cardenal Sarah: estamos humanizando la liturgia

El Cardenal Sarah, prefecto para la Congregación del culto divino y la disciplina de los sacramentos, destaca que estamos humanizando la liturgia tratando de hacerla amena o divertida, que tenemos miedo a los silencios, así como una preocupación por el protagonismo en las celebraciones, olvidando que el centro debe de ser Cristo, no los fieles o el sacerdote.  Destaca que el Concilio se ha entendido mal y deformado. Entre otras cosas vuelve a proponer la celebración hacia oriente (donde el sacerdote da la espalda a los fieles) para juntos participar de la obra de culto y redentora llevada a cabo por Cristo. Pero sobre todo propone devolverle la dignidad y la sacralidad a la liturgia de la Santa Misa, algo innegablemente importante. Me parecen palabras duras, difíciles, pero tremendamente necesarias para vivir lo que realmente Cristo nos propone vivir en su mayor sacramento.

Adjunto enlace a la publicación original del Osservatore Romano” del 12 de junio de 2015.

Frases traducidas a destacar:

La liturgia es en su esencia actio Christi: “la obra de la redención humana y la perfecta glorificación de Dios”. Es Él el gran sacerdote, el verdadero sujeto, el verdadero actor de la Liturgia. Si este principio vital no encuentra acogida en la Fe, se corre el riesgo de hacer de la Liturgia una obra humana, una celebración que la comunidad hace de sí misma.
[...]
La Iglesia, cuerpo de Cristo, debe convertirse a su vez en instrumento de las manos del Verbo. Éste es el significado último del concepto clave de la Constitución conciliar: la participatio actuosa. Dicha participación consiste para la Iglesia en convertirse en instrumento de Cristo-sacerdote, para participar de su misión trinitaria. La Iglesia participa activamente en la obra litúrgica de Cristo en la medida en que es instrumento. En este sentido, hablar de “comunidad celebrante” no carece de ambigüedad y su uso requiere de verdadera cautela (cfr. Instrucción Redemptoris sacramentum, n. 42). La participatio actuosa no debería ser comprendida nunca como la necesidad de hacer algo. En este punto la enseñanza del Concilio  ha sido deformada con frecuencia. Se trata, por el contrario, de permitir que Cristo nos tome y nos haga partícipes de su sacrificio. 
[...]
El sacerdote debe por tanto convertirse en este instrumento que deja traslucir a Cristo. Como ha recordado recientemente nuestro Papa Francisco, el celebrante no es el presentador de un espectáculo, no debe buscar la simpatía de la asamblea poniéndose frente a ella como su interlocutor principal. Entrar en el espíritu del Concilio significa por el contrario cancelarse a sí mismo, renunciar a ser el punto focal. De modo contrario a lo que se ha sostenido a veces, es plenamente conforme con la constitución conciliar y, además, oportuno, que durante el rito penitencial, el canto del Gloria, las oraciones y la plegaria eucarística todos, sacerdote y fieles, se vuelvan juntos hacia el Oriente, para expresar su voluntad de participar de la obra de culto y redentora llevada a cabo por Cristo. Este modo de proceder podría oportunamente ser introducido en las catedrales, donde la vida litúrgica debe ser ejemplar.
[...]
Una lectura demasiado apresurada y, sobre todo, demasiado humana, ha conducido a concluir que era necesario hacer que los fieles estuvieran constantemente ocupados. La mentalidad occidental contemporánea, modelada por la técnica y fascinada por los medios de comunicación, ha querido hacer de la Liturgia una obra de pedagogía eficaz y rentable. En este espíritu, se ha buscado hacer que  las celebraciones sean algo distendido. Los actores litúrgicos, animados por motivaciones pastorales, intentan en ocasiones hacer una obra didáctica introduciendo en las celebraciones elementos profanos y propios del espectáculo. ¿No florecen acaso testimonios, puestas en escena y aplausos? Se cree así favorecer la participación de los fieles cuando de hecho se reduce la Liturgia a un juego humano. 
[...]
Se olvida a menudo que el silencio sacro es uno de los medios indicados por el Concilio para favorecer la participación. Si la Liturgia es obra de Cristo, ¿es necesario que el celebrante introduzca agregados propios? Se debe recordar que, cuando el Misal autoriza una intervención, ésta no debe tornarse en un discurso profano y humano, un comentario más o menos sutil sobre la actualidad, o un saludo mundano a las personas presentes, sino una sutil invitación a entrar en el Misterio (cfr. Instrucción General del Misal Romano, n. 50). 

Publicado en la edición del 12 de junio de 2015 de L’Osservatore Romano, p. 6.

Ver documento aquí: AQUI

Paz y bien.


domingo, 7 de agosto de 2016

Sacerdote, ¡proclama el regreso de Cristo!

He aquí otro día en el que las lecturas de la misa están repletas de escatología. Hoy domingo 7 de agosto el Señor nos habla de promesas y de liberación en la primera lectura, de una salvación que esperaba el pueblo que hace clara referencia al último castigo, donde se separarán los que son del Señor y los que no, entre cabras y ovejas, o buenos y malos. Una lectura donde los piadosos hijos de los justos hacían sacrificios en secreto, como hoy en día lo vienen haciendo los hijos de María, los "Apóstoles de los últimos tiempos".

Incluso el salmo habla de aguardar al Señor con la esperanza puesta en Él y en su misericordia.

La segunda lectura nos plantea perfectamente los frutos de la fe en Abraham o Sara, quienes recibieron una promesa y confiaron en ella. Una promesa que no se cumplió tal como creía Abraham, pues no tuvo tantos hijos propios como estrellas del cielo, pues Dios siempre sorprende cuando promete y cumple sus promesas. Nos recuerda además que somos peregrinos de esta tierra, por lo que nuestros anhelos tienen que estar en la tierra que es nuestra, el cielo. Nuestro corazón tiene que desear al amor de Dios vivido en su presencia más que el amor que podemos vivir en esta tierra. Aunque sea éste bueno y legítimo quererlo vivir, no es el que tenemos que tener siempre presente como hijos de Dios. Por eso Dios le pide a Abraham renunciar a su descendencia, porque quiere que tenga el corazón puesto sólo en Él. Es un Dios celoso que quiere nuestro amor completo y quiere siempre que este amor esté puesto en él, sólo en él. Destaca la confianza de Abraham en el poder de Dios ante una adversidad impensable y dolorosa como la muerte de su hijo. ¿Cómo no pensar que ante las calamidades profetizadas para nuestros tiempos no estará presente el Señor para hacer lo imposible para seguir siendo un Padre? Si Dios es bueno ahora con nosotros y nos acompaña con su Misericordia, con su Espíritu de profecía y su bondad providente, ¿no lo hará en otras circunstancias adversas? ¿Acaso no nos tienen preparado a cada uno de nosotros un camino para recorrer en el que seguiremos siendo sus hijos preferidos y los testigos de su amor?

Pero lo más interesante y profético es claramente el evangelio.

Jesús nos recuerda su promesa: ser su rebaño y habernos prometido el reino de Dios. Nos devuelve la mirada al cielo, donde debe de estar nuestro corazón, nuestra esperanza y nuestro tesoro. Nos recuerda que tenemos que vivir haciendo limosna y con austeridad, pero sobre todo con las lámparas encendidas. Se dirige a los criados alabando aquellos que están en vela esperándole. Los criados son los que sirven y los que sirven son, de forma especial, los sacerdotes, cuyo ministerio es precisamente el servicio. Les invita a estar atentos a su regreso, invitándoles a estar atentos aunque no haya venido a la segunda, ni a la tercera vigilia. Es decir, les invita a estar atentos a su regreso aunque no haya venido cuando lo esperábamos. ¿Tenía que ser en el 2000? ¿O en el 2014? Da igual, lo importante es estar esperándole como si fuera mañana. Pero hay de aquellos criados que no están atentos. Jesús les dedica el final de la parábola y previene los criados, es decir, a los sacerdotes a los que se les había dirigido esta parábola, a no darse a la "buena vida", es decir, la vida sin tensión de su regreso que busca en esta vida sin gloria los frutos del Reino de Dios. Para esos está reservado “un castigo con rigor” y el mismo final que “de los que no son fieles”.

Así que, esperemos que este domingo los sacerdotes puedan acoger este Espíritu de Profecía, hacerlo propio y recapacitar, pues son ellos quienes tienen que guiar los pasos del pueblo para que esté en la espera de Cristo, especialmente en estos tiempos tan ácidos y complejos donde el que espera la Segunda Venida de Cristo parece un loco, un exagerado o incluso un fanático.

Paz y bien.