lunes, 26 de septiembre de 2016

¿QUIÉN ERES? CARTA A UN DESCONOCIDO

¿Quién eres?, ¿quién soy? Importante pregunta. Sin la pregunta adecuada no llegamos a las respuestas importantes. No se trata sólo de lo que siento y lo que deseo, sino de descubrir por qué…
Veamos cómo podemos reflexionar brevemente sobre lo esencial de esta pregunta.
Tú no te has creado a ti mismo. No decidiste ser, fuiste llamado a la existencia por otra entidad que no eres tú. Eso es evidente. ¿Qué se puede saber sobre esta premisa? Fundamental: que alguien ha querido que tú existieras. Digo “alguien” porque tiene que ser una forma inteligente y con voluntad, de lo contrario tú no podrías reflejar esa inteligencia y esa voluntad que posee. Sería imposible que algo inferior creara algo superior. Así que, primer punto: has sido creado por alguien que te ha querido. Si te han querido, lo han hecho antes de que existieras, por lo que es la huella más importante que puedes encontrar en ti, pues lo primero que se hace al crear es lo que más define lo creado. Si creamos una estatua no será lo mismo elegir piedra que madera. Todo depende de eso, por lo que imprime un carácter específico. Pues el amor es lo primero que define al ser humano y es lo primero que te define a ti.  De hecho, es tan profundamente definitorio que si no te das cuenta de que te han querido por ti mismo, independientemente de tus méritos, cualidades o logros en vida, nunca encontrarás el sentido y la dirección, siempre estarás en búsqueda insatisfecha de algo. La fijarás en tus títulos, tus trabajos o, con un poco más de suerte, en tus amigos y personas cercanas. Pero pronto descubrirás entonces las características de ese amor. Quien te ha creado es eterno, pues de lo contrario lo habrían creado a él, así que ha dejado en ti un profundo deseo de esa eternidad. El amor que deseas es perfecto, eterno, completo, sincero, único, absoluto, y es fácil darnos cuenta de que no podemos devolverlo tal como nos gusta. ¿Perdonamos tanto como queremos ser perdonados? De allí que descubrimos la primera dificultad en las relaciones: no son tan perfectas como la que tenemos con nuestro creador, pues él siempre nos acepta perfectamente, los demás… no tanto. La infinitud de su ser nos ha dado unas reglas de vida que no podemos aplicar de forma absoluta. Necesitamos vivir con un deseo infinito en un mundo finito. Esto que podría verse como una maldad, es simplemente el eco de una promesa, pues estamos llamados a esa eternidad, no a la finitud. Tu creador te ha hecho para responder a su iniciativa y mantener esa respuesta para siempre.
De esto podemos también sacar otras dos características. Eres capaz de conocer a tu creador, tienes esa inteligencia, esa capacidad de alcanzarlo. Quizás no totalmente, pero puedes llegar a tener esa certeza de que eres amado de forma única y personal, y que te espera una eternidad. Es lo que despliega ese misterioso pero grande y constante deseo de eternidad que todos tenemos dentro. Esto nos introduce en otra dimensión: la libertad. El hecho de que puedas conocer el amor que te han tenido es para elegirlo libremente, de lo contrario no tendría ningún valor. Quien te creó te ha querido antes de que existieras, te capacitó para descubrirle, pero sobre todo se ha arriesgado dejándote libre de aceptarle o rechazarle, aunque esto le cueste perderte eternamente. Sin libertad no hay amor, pero tampoco tendría sentido el conocimiento y el amor, sin la libertad. Así que ya hemos visto elementos muy importantes: alguien eterno te ha dado sus propias características para que puedas tú también conocerlo, responder a su amor aceptándolo libremente.
Claro que falta un elemento importante. ¿Por qué no crearnos directa e inmediatamente en presencia suya? Pues bien, porque pensó darnos un tiempo para que nuestra naturaleza humana le fuera descubriendo en un medio no solo espiritual, sino también material. Eso implicó el tiempo y con él el crecimiento y la educación, para que en ese tiempo nos enseñáramos los unos a los otros ese camino basado en el descubrir las maravillas poco a poco y fiándonos de los demás. ¡Qué mejor forma de promover la libertad y la fe en el acercamiento al misterio de donde hemos salido!
Pero igual que un ordenador sin un disco duro no tiene mucho sentido, una persona sin interioridad tampoco podría registrar todo lo que experimenta en su interior. En efecto, el mismo creador te dejó en lo más profundo de tu ser, un lugar que podemos llamar “intimidad”. Allí es donde te busca, donde puedes encontrarle, desde donde te alimenta y te llama. Algunos la llaman conciencia, otros, corazón, pero lo cierto es que todo hombre sincero puede descubrirla. Si vas a ese lugar con sinceridad descubrirás lo que te conecta a tu creador. Te descubrirás solo y sostenido al mismo tiempo, así como necesitado de silencio para entender el diálogo al que te sientes iniciado. En ese mundo interior descubrirás toda la dualidad que caracteriza tu naturaleza humana: único, pero en sociedad, material, pero también espiritual, sujeto y objeto, varón y mujer, padre e hijo, etc.

No es fácil descubrir todo esto, pero el creador te ha dejado un regla de oro, constitutiva de todo tu ser, para que puedas aprenderlo todo: ha puesto el fin de tu vida en otra persona. ¡Qué fuerte! Esto implica que el secreto de la felicidad está en destinar nuestra vida a otro. Así, si eres padre, descubrirás cómo ese creador te llama a sí mismo como un padre; si eres hijo, descubrirás tus capacidades, tus puntos fuertes y a controlarlos y dirigirlos... Pero hay algo más.

Es tan importante que cada uno descubra quién es, para quién es y cómo lograrlo, que el creador nos ha regalado una dualidad fundamental: nos ha puesto cara a cara varones y mujeres. La atracción que experimentamos los varones y las mujeres es tal que permite que nos importe de forma única, necesitada y casi absoluta. Cuando nace la chispa, ese enamoramiento, descubres pronto que ella o él es el camino de algo importante. Efectivamente, el salir al encuentro del otro nos despierta el deseo de conocerle, saber de él, conocer su historia, su forma de ser, sus deseos, lo grande y lo sencillo. Psicológicamente se descubre un deseo de fusión… tan intenso que hay que aprender a gestionarlo para que no explote. Ese conocer te pone delante de “otro yo” que también busca, anhela, desea. Empieza el baile del amor que busca reciprocidad donde el deseo de fusión o unión choca con el saberse único y mantenerse independiente y autónomo. Es un descubrir esas características tan importantes que el creador puso en nuestro ser: el amor, el conocer, la libertad y una intimidad para el encuentro. Varón y mujer juntos están llamados a descubrir esas dinámicas entregándose en modos diferentes para descubrir cada uno su camino, pero juntos. 

Qué importante no caer en el error número uno: usarse. El secreto de la felicidad es saberte en el mismo camino “con” la otra persona, no “por medio” de la otra persona. En el primer caso caminarás con la otra persona hacia una meta superior y eterna, en el segundo te encontrarás otra vez contigo mismo, pero degradado y herido en dimensiones muy profundas que no se arreglan con facilidad.

Pero cómo es el varón y cómo la mujer. Importante pregunta. Muchos han intentado desvelar este misterio. Vayamos a lo fundamental otra vez. Si juntos tenemos que llegar al mismo punto, es aprendiendo a ser “una unidad de los dos” que se podrá conseguir. Así pues, donde el hombre es muy racional, sencillo, e incluso superficial, dirigido a las tareas concretas, así como a los logros y la autoafirmación; la mujer sale a su encuentro para compensar todo eso siendo más imaginativa, compleja, con mucha profundidad, dirigida a muchas tareas, centrándose en las relaciones personales más que en lo concreto y técnico. Donde prevalece una necesidad de logro y autoafirmación, la mujer aporta un enfoque capaz de llegar con flexibilidad y paciencia. Donde hay una predisposición a abandonar ante la dificultad, la mujer sale al encuentro con su constancia y su perseverancia. Así pues, no se trata de que uno enseñe al otro o de que uno aprenda del otro, sino de una compensación constante, mutua, libre, entre dos iguales en dignidad, pero con configuraciones complementarias. Como dos manos hechas para verse una en frente de la otra y poderse entrecruzar, o como dos bailarines de patinaje sobre hielo dando vueltas agarrados de las manos que sin valer uno más que el otro se compensan para mantenerse girando.

Así que, qué bella es la vida si ahora sabes que has sido creado por el amor, para el amor, capaz de conocerlo y responderle libremente a lo largo de tu vida, sabiendo que no estás sólo en ese caminar, ya que hay alguien que te complementa no sólo en la evidente corporeidad, sino en toda tu forma de ser y con la cual podrás no sólo encontrar el camino para volver a la eternidad en la que fuiste pensado, amado y creado, sino que  además te permitirá bailar y cantar durante un camino en el que aprenderás más sobre ese Amor, siéndolo tú para otros en la educación y el amor a los demás, y donde los frutos serán para la eternidad.

Paz y bien.



jueves, 22 de septiembre de 2016

¿Para qué esforzarme si Dios ya lo sabe todo?

Si Dios ya tiene planeada mi vida y la fecha de mi muerte ¿para qué vivir en base a Él? ¿Para qué rezar? ¿Por qué "intentar" no pecar si Él ya sabe qué voy a hacer?

Es tan cierto como misterioso que Dios conoce el pasado, el presente y el futuro como si de un mismo instante se tratara a pesar de estar presente en el tiempo que nosotros vivimos, pero esto es un misterio. Para no caer en las grandes dudas que levanta esta cuestión con respecto al valor de nuestra libertad cuando Dios conoce ya nuestra respuesta hay que decir que es importante no confundir la libertad de la criatura de la libertad de Dios, así como los diferentes tipos de libertades en la criatura humana (sin entrar en la angelical).

Dios es libre porque es originario, es decir no tiene inicio ni fin y todo sale de Él, quien siempre crece en amor intratrinitario y hacia sus criaturas de forma dinámica y siempre creciente. Todo lo que él hace es bueno y sólo es malo aquello que, por ser libre, se aleja de Dios y deja de crecer unido a él y mirándole, como el sarmiento que se corta de la vid[1] (Jn 15, 1-8).

Sin embargo, el hombre es libre no tanto por poder elegir una acción u otra, algo que de alguna forma también realizan los animales, sino por poder destinar su vida a quien quiera y lo que quiera. Es una decisión trascendental y de vital importancia, pues fallar en esto puede llevar al hombre a alejarse de Dios e incluso condenarse rechazando la misericordia voluntariamente, perdiendo propiamente la libertad profunda que sólo crece dirigiéndose a Dios y siendo sostenidos por él. El hombre tiene que elegir personalmente entre el bien y el mal, por lo que, de hacerlo conscientemente, se hace responsable de la elección por doble vía: mereciendo la elección que toma (no tanto por los frutos que dará esa elección), si es buena, y culpabilizándose si es mala.

Pero estamos en el orden natural, no en el sobrenatural. La libertad del hombre es imprescindible para que su aceptación de Dios (amor) sea significativa, tanto que Dios prefiere correr el riesgo de que alguien se condene a que le elija sin ser libre, por eso ninguna persona puede realmente sentirse amado por un animal, pues no es persona y no puede corresponder al amor.

Lo que ocurre es que esta libertad humana es limitada ya que nuestro conocimiento, capacidad y naturaleza están limitados por el pecado y por ser criaturas. Dios sin embargo penetra el espacio, el tiempo y la naturaleza de un modo que conoce con tal profundidad la esencia de todo lo que ha creado que alcanza a estar presente incluso en aquello que nosotros aún no hemos elegido.

La discusión entre el pecado y la gracia ha sido una de las más debatidas durante estos 2000 años y ya San Agustín le ha dedicado muchas reflexiones y discusiones. Es un misterio incomprensible, pero lo que sí sabemos es que Dios da a cada uno la posibilidad necesaria para salvarse, dejándonos la posibilidad de pedir los unos por los otros e interceder a favor de alguien. De allí que es muy importante la comunión de los Santos, la oración por los demás (especialmente por las almas del Purgatorio que no pueden rezar para sí mismas y esperan nuestras oraciones), la petición de ayuda de Dios (sobre todo del Espíritu Santo que es quien revela y obra para Dios Padre) y de María (que es corredentora y mediadora de todas las gracias).

Hay muchas gracias que son concedidas porque uno las pide por otro y que de otra manera no habrían sido derramadas. Otras Dios las quiere derramar, pero nadie las pide (como es representado en la medalla de la Virgen Milagrosa revelada a Santa Catalina Labouré, donde los rayos representan precisamente esas gracias). Casi nunca somos conscientes de quién las ha pedido por nosotros, pero siempre son efectivas y siempre se conceden por el sacrificio redentor de Cristo en la cruz. Por eso es importantísimo rezar por los más necesitados y alejados, sobre todo por los que nadie reza por ellos, los pobres de los más pobres (no sólo físicamente, sino sobre todo espiritualmente).

Aún así, hay que entender que Dios ama a todos, pero no a todos por igual, ni a todos da las mismas gracias. Esto obedece al plan salvífico de Dios y no corresponde a nosotros juzgar dicha distribución de la gracia, pues siempre es justa. En parte porque al amor de Dios depende de nuestra respuesta, ya que cuanto más perfecta es una respuesta, más Dios puede obrar su gracia. De allí que en la Virgen María se da el amor humano más grande de todos, pues concebida sin pecado, su respuesta de amor ha sido y es la más perfecta de todas, hasta asignarle la terea de administrar todas las gracias del Padre, llegando a ser “el paraíso de Dios” como dijo San Luis María Grignión de Montfort.

Podríamos preguntarnos entonces: ¿Por qué Jesús eligió a Judas para ser su apóstol si sabía que le iba a traicionar y, sobre todo, por qué le dejó estar a su lado hasta el final?

Sencillamente porque en el momento más importante de la vida de una persona, que es su juicio particular justo después de su muerte, nadie podrá reprocharle a Jesús no haber hecho todo lo posible para que se pudiera salvar, dejando así patente que la elección de rechazarle no era de Dios y, a la vez, mostrando exactamente lo contrario, es decir, su profundo y total deseo de salvación de esa persona, hasta el punto de ser perjudicado en la cruz. Porque si supiéramos el valor que tiene un alma para Dios nos derretiríamos de tanto amor inmerecido y se nos desharía el corazón en lágrimas de gratitud para toda la eternidad. Porque es así: Dios nos tiene pensados desde toda la eternidad y desde esa eternidad nos ama y espera nuestra respuesta a su amor. Sólo uno es el deseo de Dios hacia la persona creada: hacerle partícipe de su amor eterno por la infinita misericordia desbordante de su corazón de amor.

En conclusión la libertad no se puede entender mezclando los planes sobrenaturales (Divinos) de los naturales (humanos) sino dentro de cada plan y atendiendo a que el plan divino penetra lo humano sin alterar su elección libre y real y, por lo tanto su responsabilidad. Tampoco se puede reducir la libertad a meras elecciones, sino que hay que verla como una adhesión cada vez más perfecta a la voluntad del padre. La paradoja más grande de la libertad es que cuanto más se la entrega a Dios, más crece en perfección, significado y alcance. Por lo contrario, cuanto más se aleja de Dios, más encierra a la criatura en su naturaleza, despersonalizándola y reduciéndola a un sí mismo egocéntrico, caprichoso y más cercana al sinsentido decreciente y a la auténtica muerte.

Diego Cazzola Boix



viernes, 16 de septiembre de 2016

Cardenal Sarah: estamos humanizando la liturgia

El Cardenal Sarah, prefecto para la Congregación del culto divino y la disciplina de los sacramentos, destaca que estamos humanizando la liturgia tratando de hacerla amena o divertida, que tenemos miedo a los silencios, así como una preocupación por el protagonismo en las celebraciones, olvidando que el centro debe de ser Cristo, no los fieles o el sacerdote.  Destaca que el Concilio se ha entendido mal y deformado. Entre otras cosas vuelve a proponer la celebración hacia oriente (donde el sacerdote da la espalda a los fieles) para juntos participar de la obra de culto y redentora llevada a cabo por Cristo. Pero sobre todo propone devolverle la dignidad y la sacralidad a la liturgia de la Santa Misa, algo innegablemente importante. Me parecen palabras duras, difíciles, pero tremendamente necesarias para vivir lo que realmente Cristo nos propone vivir en su mayor sacramento.

Adjunto enlace a la publicación original del Osservatore Romano” del 12 de junio de 2015.

Frases traducidas a destacar:

La liturgia es en su esencia actio Christi: “la obra de la redención humana y la perfecta glorificación de Dios”. Es Él el gran sacerdote, el verdadero sujeto, el verdadero actor de la Liturgia. Si este principio vital no encuentra acogida en la Fe, se corre el riesgo de hacer de la Liturgia una obra humana, una celebración que la comunidad hace de sí misma.
[...]
La Iglesia, cuerpo de Cristo, debe convertirse a su vez en instrumento de las manos del Verbo. Éste es el significado último del concepto clave de la Constitución conciliar: la participatio actuosa. Dicha participación consiste para la Iglesia en convertirse en instrumento de Cristo-sacerdote, para participar de su misión trinitaria. La Iglesia participa activamente en la obra litúrgica de Cristo en la medida en que es instrumento. En este sentido, hablar de “comunidad celebrante” no carece de ambigüedad y su uso requiere de verdadera cautela (cfr. Instrucción Redemptoris sacramentum, n. 42). La participatio actuosa no debería ser comprendida nunca como la necesidad de hacer algo. En este punto la enseñanza del Concilio  ha sido deformada con frecuencia. Se trata, por el contrario, de permitir que Cristo nos tome y nos haga partícipes de su sacrificio. 
[...]
El sacerdote debe por tanto convertirse en este instrumento que deja traslucir a Cristo. Como ha recordado recientemente nuestro Papa Francisco, el celebrante no es el presentador de un espectáculo, no debe buscar la simpatía de la asamblea poniéndose frente a ella como su interlocutor principal. Entrar en el espíritu del Concilio significa por el contrario cancelarse a sí mismo, renunciar a ser el punto focal. De modo contrario a lo que se ha sostenido a veces, es plenamente conforme con la constitución conciliar y, además, oportuno, que durante el rito penitencial, el canto del Gloria, las oraciones y la plegaria eucarística todos, sacerdote y fieles, se vuelvan juntos hacia el Oriente, para expresar su voluntad de participar de la obra de culto y redentora llevada a cabo por Cristo. Este modo de proceder podría oportunamente ser introducido en las catedrales, donde la vida litúrgica debe ser ejemplar.
[...]
Una lectura demasiado apresurada y, sobre todo, demasiado humana, ha conducido a concluir que era necesario hacer que los fieles estuvieran constantemente ocupados. La mentalidad occidental contemporánea, modelada por la técnica y fascinada por los medios de comunicación, ha querido hacer de la Liturgia una obra de pedagogía eficaz y rentable. En este espíritu, se ha buscado hacer que  las celebraciones sean algo distendido. Los actores litúrgicos, animados por motivaciones pastorales, intentan en ocasiones hacer una obra didáctica introduciendo en las celebraciones elementos profanos y propios del espectáculo. ¿No florecen acaso testimonios, puestas en escena y aplausos? Se cree así favorecer la participación de los fieles cuando de hecho se reduce la Liturgia a un juego humano. 
[...]
Se olvida a menudo que el silencio sacro es uno de los medios indicados por el Concilio para favorecer la participación. Si la Liturgia es obra de Cristo, ¿es necesario que el celebrante introduzca agregados propios? Se debe recordar que, cuando el Misal autoriza una intervención, ésta no debe tornarse en un discurso profano y humano, un comentario más o menos sutil sobre la actualidad, o un saludo mundano a las personas presentes, sino una sutil invitación a entrar en el Misterio (cfr. Instrucción General del Misal Romano, n. 50). 

Publicado en la edición del 12 de junio de 2015 de L’Osservatore Romano, p. 6.

Ver documento aquí: AQUI

Paz y bien.