viernes, 15 de abril de 2022

El calabozo en el que estuvo Jesús

Lo que he descubierto este año, y que creo merece su reflexión, es contemplar dónde Jesús pasó el tiempo que estaba detenido en el calabozo. Siempre me imaginé un calabozo normal y corriente, como mucho de piedra y frio, ¿pero sabes cómo fue en realidad?

Pues lejos de ir por pasillos para entrar en estancias con rejas, el calabozo era más bien una fosa oscura, húmeda y sin luz a la que se accedía por un agujero profundo (de unos 80 cm) y de piedra por el que el prisionero era dejado simplemente caer. De hecho, para sacar al preso en muchas ocasiones tenía que ser bajado un guardia con cuerdas, coger el preso y subirlo a la fuerza, ya que en muchas ocasiones al caer el preso se daba golpes, se desmayaba o incluso moría.

Como se puede ver en las fotos, que me ha pasado un buen amigo que acaba de viajar a Tierra Santa, la caída no es pequeña. Por el tamaño de las personas en las fotos podemos estimar una caída de entre 3 y 4 metros.

En la imagen del agujero visto desde abajo, imagen que no se encuentra en internet, se puede apreciar mejor la caída.


Ahora entendemos mejor, quizás, esas referencias en los salmos a la caída en la fosa como canta proféticamente el Salmo 88: “ya me cuentan con los que bajan a la fosa, soy como un invalido, [..] como los caídos que yacen en el sepulcro”. “Me has colocado en lo hondo de la fosa”. O en Isaías 14,15: “…has sido arrojado al abismo, a las profundidades de la fosa”. O en Lamentaciones 3, 53-56: “me arrojaron vivo a una fosa […] desde lo hondo de la fosa, escuchaste mi voz”.

No deja de sorprenderme la cantidad de sufrimientos tan diferentes que ha tenido que padecer nuestro Señor por amor a nosotros, por amor a mí. Qué fácil es simplificar la muerte de Jesús en una muerte de cruz tras unos cuantos azotes y olvidar la envergadura de la Pasión y Muerte, el desprecio que le hicieron a su amor, el dolor de saber que su gran amor era rechazado por muchos, el dolor psicológico y la soledad en el proceso, pero también sus heridas. No fueron los 300 latigazos (muchos más que los 40 que daban por lo general los romanos), ni eran sólo las 5 llagas que recordamos en manos, pies y costado), sino más bien las 5466 heridas reveladas a Santa Gertrudis, monja benedictina, mística y teóloga de la Alemania del siglo XIII y que fue clave en el desarrollo de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Una noche entera en estas condiciones pasando del Sanedrín a Pilato, de Pilato a Herodes, de Herodes a Pilato, el calabozo inhumano, la coronación de espinas, que envolvía toda la cabeza como un casco penetrando a mucha profundidad (nada de unos pocos pinchos), la lenta muerte en la cruz…

Hoy, Viernes Santo, parémonos un momento a meditar la Pasión y muerte de Jesús a nivel personal y caigamos en la cuenta de que fue por nosotros, por cada uno de nosotros. 

La Iglesia en la que se puede encontrar el calabozo de Jesús es la de San Pedro en Gallicantu (que significa "el canto del gallo”) se encuentra en la ladera oriental del monte de Sion, y está dedicada al arrepentimiento de San Pedro, al oír el canto del gallo y recordando la profecía de Jesús (Marcos 14,72). Según la tradición cristiana, la Iglesia está construida sobre la casa del sumo sacerdote Caifás, donde San Pedro negó tres veces a Jesús antes del canto del gallo.

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