sábado, 3 de noviembre de 2018

Psicología del demonio



Consejos prácticos para evitar o dificultar que el demonio te ataque.

Evidentemente el primer paso para que el demonio no tenga poder sobre nosotros es el estado de gracia mantenido en el tiempo y basado en una fe sólida, una vida sacramental y la oración, especialmente el rosario. También podemos incluir una buena formación y el desarrollo de las virtudes, pero todo esto está muy escrito y mi interés ahora es elaborar algunos trucos de carácter psicológico para evitar que demonio nos pueda tentar o atacar con éxito.

Llevo muchos años reflexionando sobre la psicología del demonio y he tenido que aprender mucho sobre la teología, evidentemente, pero también sobre la antropología y la psicología. La teología no dice mucho sobre el demonio, de hecho no tiene ni un dogma sobre su existencia que selle una obligación de creer en él como un ser personal que busca la condenación del hombre por medio de la mentira, el engaño y la enfatización de los puntos débiles de cada uno. Pero estudiando la experiencia de varios exorcistas y una antropología psicológica muy sólida como es la del profesor Leonardo Polo voy a elaborar unas pautas que ayudarán, para el que quiera, estar más defendido ante sus ataques no sólo por la gracia de Dios, que es siempre necesaria evidentemente, sino por la estrategia de quien conoce a su enemigo y quiere defenderse.

Dicho esto decir que no pretendo agotar el tema, sino sólo proponer unas reflexiones al respecto. Reitero también que la vida de gracia y sacramental que tanto defiende y promueve la Iglesia  es la herramienta más necesaria, pero está dirigida sobre todo a la “protección” de un golpe demoníaco o, en el caso de los exorcismo, a su “liberación”, sin embargo voy ahora a proponer herramientas o estrategias de carácter más estratégico o psicológico que permiten más bien evitar la intervención del demonio o reducir su influencia.

1. El demonio no sabe lo que piensas: no hables en voz alta.

Efectivamente, una de las características más importantes a nivel psicológico es saber que Dios no permite al demonio conocer nuestros pensamientos y la lógica racional o deductiva que siguen. Si no verbalizamos algo con la boca él no puede saber, propiamente, lo que pensamos. La estructura de nuestro pensamiento es proposicional, es decir, pensamos por frases y nos las representamos por imágenes a modo de flashes y el demonio no sabe, por lo tanto, lo que pensamos, aunque sí puede llegar a deducir lo que podríamos estar pensando porque es mucho más inteligente y tiene mucha más experiencia. Puede deducir mucho por el contexto, los objetos de nuestras miradas, lo que dice alguien sobre nosotros en otro lugar, etc. El demonio puede suscitar en nosotros impulsos para determinadas acciones moviendo nuestra corporeidad a experimentar determinadas emociones o sensaciones, pues puede manipular la materia y las emociones, que son la realidad afectiva del hombre más próxima a la corporeidad por medio de las hormonas y los neurotransmisores. El demonio no actúa nunca sobre nuestra alma, ni en sus facultades de pensamiento. Y lo que menos aún puede manipular es nuestra libertad y nuestra voluntad, por lo que trabaja actuando sobre la materia a la que están asociadas en parte, esto es, nuestro cuerpo: hormonas, nervios, células, salivación, excitación, etc. Incluso puede reactivar recuerdos de una forma vaga o materializarse asumiendo una forma tanto material como “espiritual”, por ejemplo puede asumir la imagen de la Virgen María u de otras personas. Por eso puede provocar miedo, ansiedad, deprimir, desorientar, encender y apagar luces, despertar en la noche, hacer sudar e incluso podría, técnicamente hablando, generar un infarto, promover una caída, desprender un tejado, etc. pero lo importante es que estas sensaciones o estos acontecimientos sobre los que tiene poder, están siempre y absolutamente vinculados a que Dios, de alguna forma misteriosa, los permita. En este sentido su aparente poder no es nada si tenemos a Dios de nuestra parte o si simplemente Dios no le permite actuar (como en el caso de Job).

Dicho esto, podemos concluir que cuando el demonio interviene en nuestra percepción de la realidad o trata de influir en nuestro pensamiento, si estamos atentos, podremos notar como estos aparecen como sin mucho sentido o como desconectados de nuestra lógica interna. Su acción resulta ajena a nosotros y, por lo tanto, algo involuntaria o incongruente. Todo lo malo que verbalizamos, sobre todo críticas, maldades, insultos, murmureos, etc., nos atan de alguna forma al demonio, quien nos puede exigir en otro momento esa atadura. No hablar sobre nuestros problemas en voz alta y hablar siempre bien de los demás es no sólo una herramienta muy útil para que el demonio desconozca nuestro pensamiento, sino que no le otorga derechos para reivindicar ante Dios un mal que nos ató a él por el pecado, sobre todo porque estos pequeños pecados son muy frecuentes y muy poco o mal confesados ya que son casi involuntarios en quienes el vicio de la queja y la murmuración está bien establecida.

2. El demonio ataca porque intuye y deduce, pero no sabe todo.

Es importante recordar siempre que Dios es el único que lo penetra absolutamente todo. El demonio es una criatura de Dios y, como tal, a pesar de ser de naturaleza angelical, es limitado y su alcance, como hemos dicho, está vinculado siempre a una concesión de Dios. Desconoce por completo la gracia que está dando Dios en un momento dado a una persona, ni lo que decida hacer ante la tentación. Por eso la oración y la súplica al Señor es muy temida por demonio, porque introduce una variable que él no puede controlar. En una ocasión de debilidad, es importante evitar acercarnos a los límites y pedir ayuda a Dios, eso le despista mucho y reduce su fuerza en el ataque.

Es fundamental, por lo tanto, saber reconocer un estado que es peligroso para nosotros y saber reaccionar pidiendo ayuda a Dios con jaculatorias y oraciones.

3. Evitar el mal sí, pero buscar el bien es mejor.

A veces buscamos más evitar lo que está mal que buscar lo que es realmente bueno, pero son niveles distintos y que protegen de forma distinta del mal. El demonio no ataca siempre de forma exagerada y, a pesar de ser muy impaciente, a veces es más paciente que nosotros, sobre todo en estos tiempos tan acelerados. Para introducir un pecado el demonio es capaz de aguantar esperando a que se deteriore una virtud antes de trabajar de forma más manifiesta o marcada. Así que es mejor cuidar mucho nuestras costumbres y generar nosotros mismos un contexto adecuado para el bien, pues evitará mejor el mal. Evitar lo malo está bien, pero evitar todo lo que no es muy bueno o buscar lo que está realmente bien es mucho más importante. Evitar determinados vestidos, asistir a ciertos tipos de fiestas, abusar del ocio y la búsqueda del placer, ciertas lecturas o películas que no elevan el espíritu, etc. serán siempre hábitos sanos que nos protegerán de ataques muy silenciosos del demonio. Se trata de evitar cosas que en sí no son claramente malas, pero que nos exponen a que él nos proponga introducirnos cada vez más en un camino que se aleja, a veces muy poco a poco otras de forma imperceptible pero grave, del camino de la virtud, que es el único que acerca a Dios.

4. Es más listo que tu: no dialogues.

Entran ganas de razonar con él pensando si se puede justificar un mal. Error, en eso casi siempre gana. Lo mejor es ignorar la tentación cuando la inmoralidad de lo sugerido queda clara o está dudosa. Ante la tentación sólo cabe la evasión, no el diálogo, ante el pecado sólo cabe el arrepentimiento y la confesión. En definitiva, es importante saber actuar prontamente ante la aceptación del bien y la huida del mal, sin quedarse a pensar sobre las zonas intermedias. Si alguien te propone hacer algo que sabes que no está muy bien, dialogar con el demonio es buscar el modo de verle el lado positivo o justificarlo de algún modo. En estos casos es mejor aprender a decir “no” con el riesgo de no hacerlo y, en todo, caso, esperar y llevarlo a la oración.

5. Él nunca descansa, no te relajes.

No hay un momento en el que el demonio no pueda estar atento a nuestra situación social o psicofísica. Siempre vigila el momento mejor para hacer presión o atacar. Antes de ir a dormir o mientras descansamos viendo la televisión, puede estar más activo que en un baile en una discoteca llena de situaciones provocadoras. Puede ser de ayuda acostumbrarse a hablar con él, o con nuestro ángel de la guarda, en todo momento en lugar de pensar con nosotros mismos como muchas veces hacemos. Así aprendemos a estar en constante diálogo con el Señor y a tener el pensamiento dirigido constantemente a su voluntad en todos los detalles, algo muy propio de los santos y que es de gran protección, pues es como ir de la mano de un guardaespaldas.

6. Cuando actúa deja señales: aprende a reconocerlas.

Cuando el demonio ronda a una persona y la ataca, independientemente del grado y el éxito con que lo consigue, hay cosas que deja y que no puede dejar. Su modus operandi es siempre impulsivo, caótico (sobre todo a largo plazo), exuberante y majestuoso, sea por emociones extravagantes y visibles como por emociones de inferioridad y nulidad llenas de rencor. Pero la característica número uno de su actuación es su impulsividad y el no dejar paz en el interior. El sosiego y la tranquilidad son incompatibles con su acción. Es además siempre muy impaciente al actuar, por lo que si esperamos a tomar una decisión y la rezamos, le provocamos y facilitamos que se desenmascare más fácilmente.

Otro signo muy frecuente de su acción, cuando ésta es muy agresiva, es a nivel físico: molestias intestinales, sobre todo dirigidas a náuseas y sensación de vomitar, dolores musculares y de cabeza. A nivel psíquico se dan obsesiones y compulsiones, deseo de insultar impetuosamente, de actuar sin pensar y de forma visceral. Siempre buscará la forma de que no nos paremos a reflexionar, porque a nivel de lógica y razonamiento Dios puede iluminar a la persona y parar una voluntad mal dirigida, sin embargo una acción impetuosa puede dirigirla con agresividad u odio y queda atribuida a la persona. El grado de libertad y conciencia en cada decisión y pecado es conocido sólo por Dios, por lo que no debemos tratar de averiguar el grado de culpa en un hecho concreto y eso es mejor dejarlo a Dios.

En resumen.

Es muy útil no verbalizar lo malo y nada que no quieras que sepa claramente el demonio y que pueda usarlo contra ti. El demonio desconoce lo que piensas, pero trata de deducirlo y tentarte con ello, por lo que puedes notar cierta aleatoriedad o incongruencia en tus pensamientos cuando no son propiamente tuyos o bien inspirados. La gracia de Dios se recibe en el momento, por lo que hay que pedirla en cuanto se la necesite, pero estar en constante diálogo con el Señor y sentirnos siempre en su presencia nos ayudará a obrar mejor. Busca lo mejor y no te conformes con lo que “no tiene nada malo”, recuerda que los pecados capitales no son graves en sí, pero son generadores de los más graves, es cuestión de evitarlos buscando lo más puro y santo, sin conformarse con menos. Ante la tentación no trates de valorar o sopesar nada, recházala y a rezarlo ante el Santísimo si hay que tomar realmente una decisión. Nunca bajes la guardia e invoca siempre el Espíritu Santo antes de hacerlo todo siempre que puedas. Estate atento a si lo que haces te da paz. Si no hay paz es una señal que no es de Dios. Dios es paciente y pide obediencia, pone a prueba y concede la gracia al último momento para fortalecernos y que sepamos que sin él no somos nada, pero que siempre está allí para ayudarnos. Son psicologías completamente distintas. Impulsividad vs paciencia, ruido vs silencio, seguridad, vs abandono, emociones fuertes y breves vs sentimientos completos y de paz.

El mejor consejo que se puede dar a alguien que quiere ser santo y evitar caer en las manos del demonio por su propio descuido es, en definitiva, el de buscar siempre y en todo momento hacer la voluntad de Dios a la luz de la oración al Espíritu Santo y entender que el único camino claro y seguro es el de la muerte a nosotros mismos en todo. Se trata de morir a lo que nos apetece, a nuestros sentimientos, a nuestra voluntad, a nuestro juicio, a nuestra vanidad y seguridades. Esto no es ni fácil ni difícil, es simplemente imposible para nuestra frágil voluntad, pero con la gracia de Dios él lo hará en nosotros.

Paz y bien