domingo, 18 de febrero de 2024

El porqué de la abstinencia

Es frecuente la cuestión sobre la obligación de la obligación a la abstinencia los viernes del año, siendo especialmente obligatorios los de Cuaresma. Parecería tener sentido cambiarlo por otro sacrificio que nos viniera mejor porque nos encanta el pescado o porque nos parezca una sacrificio demasiado simple, por lo que es interesante profundizar un poco en este tema y marcar los motivos de dicha tradición.

Uno de los motivos más importantes está vinculado a una pedagógica clave en la Iglesia Católica y es la obediencia. No se trata de hacer el sacrificio que nos parezca más adecuado, sino el que nos pida el Señor. Dios, por la Iglesia, nos pide no comer carne ni derivados de carne, y el fiel, en obediencia amorosa y confiada, lo asume, independientemente de que la parece fácil o difícil, mejor o peor. Esta obediencia es clave y la Virgen María es un ejemplo central en nuestra fe. Así que, si te parece fácil o te gusta el pescado, date por contento y adelante.

Un segundo aspecto interesante a tener en cuenta es que en el caso que parece un sacrificio sencillo, nada prohíbe añadir otros, como rezar más, esforzarse por ir a misa, prescindir de otras cosas, etc.

Otro aspecto muy importante está vinculado al testimonio. No comer carne los viernes implica una cierta reorganización de las comidas, sobre todo si son sociales. Es una buena ocasión para testimoniar que los cristianos no comemos carne los viernes, mostrar nuestra comunión eclesial y vivir ese sentido de pertenencia en la sociedad.

Otra función de la abstinencia de los viernes es su propósito espiritual: nos recuerda que estamos en un tiempo penitencial, nos ayuda a evitar la rutina de la semana y recordar que Dios tiene que intervenir en nuestro día a día y ser el centro real de nuestra vida. En la Cuaresma esta dimensión se acentúa, por lo que no se permite prescindir de la abstinencia y sustituirla con otro sacrificios voluntarios, pues es momento de más profundidad eclesial y penitencial.

Una de las justificaciones que leí al respecto, mencionaba que la elección de que no se comiera precisamente carne y no otra cosa, era arbitraria. Igual que la Iglesia eligió el morado para la celebración, pues eligió la abstinencia. Sin embargo no es del todo cierto.

La carne es para la fiesta y en muchas culturas parece ser central en lo festivo. En el Evangelio, en la parábola del hijo pródigo, la fiesta se hace matando a un ternero, pero si nos vamos a la tradición budista, tampoco comen carne los días 1 y 15 de cada mes, por lo que algo hay en la carne que la hace especialmente de fiesta. Lo mismo ocurre en la cultura coreana, donde comer carne es signo de opulencia, fiesta y celebración. Así que prescindir de la carne subraya la importancia de la actitud penitencial y preparatoria de la cuaresma, actitud que también está presente en el tiempo ordinario, no olvidemos.

Finalmente, hay un último aspecto clave en la abstinencia de la carne, pues ayunar de carne nos ayuda a contemplar con respeto la carne de Cristo que se entregó en la cruz por nosotros y profundizar esa mirada espiritual que todo cristiano tiene que tener del cuerpo de Cristo escarnecido por amor en una humillante muerte de cruz.

Así que, la abstinencia, no es una tradición absurda, inútil o superficial. Es, como todo lo que propone la Iglesia, una oportunidad de crecimiento santificante y de profundizar en nuestra relación con Dios para que sea más cercana y santa.

Que la Virgen nos acompañe y ayude a tener la confianza en la Iglesia, para que seamos obedientes como ella y podamos disfrutar de vivir con sencillez amorosa los mandatos, independientemente de nuestra opiniones.