El Cardenal
Sarah, prefecto para la Congregación del culto divino y la disciplina de los
sacramentos, destaca que estamos humanizando la liturgia tratando de hacerla
amena o divertida, que tenemos miedo a los silencios, así como una preocupación
por el protagonismo en las celebraciones, olvidando que el centro debe de ser
Cristo, no los fieles o el sacerdote. Destaca
que el Concilio se ha entendido mal y deformado. Entre otras cosas vuelve a
proponer la celebración hacia oriente (donde el sacerdote da la espalda a los
fieles) para juntos participar de la obra de culto y redentora llevada a cabo por Cristo. Pero
sobre todo propone devolverle la dignidad y la sacralidad a la liturgia de la
Santa Misa, algo innegablemente importante. Me parecen palabras duras,
difíciles, pero tremendamente necesarias para vivir lo que realmente Cristo nos
propone vivir en su mayor sacramento.
Adjunto enlace a la publicación original del “Osservatore Romano” del 12 de junio de 2015.
Frases
traducidas a destacar:
La
liturgia es en su esencia actio Christi: “la obra de la redención humana y la perfecta glorificación
de Dios”. Es Él el gran sacerdote, el
verdadero sujeto, el verdadero actor de la Liturgia. Si este principio vital no
encuentra acogida en la Fe, se corre el riesgo de hacer de la Liturgia una obra
humana, una celebración que la comunidad hace de sí misma.
[...]
La
Iglesia, cuerpo de Cristo, debe convertirse a su vez en instrumento de las
manos del Verbo. Éste
es el significado último del concepto clave de la Constitución conciliar: la participatio actuosa. Dicha participación consiste para la Iglesia
en convertirse en instrumento de Cristo-sacerdote, para participar de su misión
trinitaria. La Iglesia participa activamente en la obra
litúrgica de Cristo en la medida en que es instrumento. En este sentido, hablar
de “comunidad celebrante” no carece de ambigüedad y su uso requiere de
verdadera cautela (cfr. Instrucción Redemptoris sacramentum, n. 42). La participatio actuosa no debería ser comprendida nunca como la
necesidad de hacer algo. En este punto la enseñanza del Concilio ha sido
deformada con frecuencia. Se trata, por el contrario, de permitir que Cristo
nos tome y nos haga partícipes de su sacrificio.
[...]
El
sacerdote debe por tanto convertirse en este instrumento que deja traslucir a
Cristo. Como ha recordado recientemente nuestro Papa Francisco, el celebrante no es el
presentador de un espectáculo, no debe buscar la simpatía de la asamblea
poniéndose frente a ella como su interlocutor principal. Entrar en el espíritu
del Concilio significa por el contrario cancelarse a sí mismo, renunciar a ser
el punto focal. De modo contrario a lo que se ha sostenido a
veces, es plenamente conforme con la
constitución conciliar y, además, oportuno, que durante el rito penitencial, el
canto del Gloria, las oraciones y la plegaria eucarística todos, sacerdote y
fieles, se vuelvan juntos hacia el Oriente, para expresar su voluntad de
participar de la obra de culto y redentora llevada a cabo por Cristo. Este modo
de proceder podría oportunamente ser introducido en las catedrales, donde la
vida litúrgica debe ser ejemplar.
[...]
Una lectura
demasiado apresurada y, sobre todo, demasiado humana, ha conducido a concluir
que era necesario hacer que los fieles estuvieran constantemente ocupados. La
mentalidad occidental contemporánea, modelada por la técnica y fascinada por
los medios de comunicación, ha querido hacer de la Liturgia una obra de pedagogía
eficaz y rentable. En este espíritu, se ha buscado hacer que las
celebraciones sean algo distendido. Los actores litúrgicos, animados por
motivaciones pastorales, intentan en ocasiones hacer una obra didáctica
introduciendo en las celebraciones elementos profanos y propios del
espectáculo. ¿No florecen acaso testimonios, puestas en escena y aplausos? Se
cree así favorecer la participación de los fieles cuando de hecho se reduce la
Liturgia a un juego humano.
[...]
Se olvida a
menudo que el silencio sacro es uno de los medios indicados por el Concilio
para favorecer la participación. Si la Liturgia es obra de Cristo, ¿es
necesario que el celebrante introduzca agregados propios? Se debe recordar que,
cuando el Misal autoriza una intervención, ésta no debe tornarse en un discurso
profano y humano, un comentario más o menos sutil sobre la actualidad, o un
saludo mundano a las personas presentes, sino una sutil invitación a entrar en
el Misterio (cfr.
Instrucción General
del Misal Romano, n. 50).
Publicado en la edición del 12 de junio de
2015 de L’Osservatore Romano, p. 6.
Ver documento aquí: AQUI
Paz y bien.
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