Si Dios ya tiene planeada mi vida y la fecha de mi muerte ¿para qué vivir en base a Él? ¿Para qué rezar? ¿Por qué "intentar" no pecar si Él ya sabe qué voy a hacer?
Es
tan cierto como misterioso que Dios conoce el pasado, el presente y el futuro
como si de un mismo instante se tratara a pesar de estar presente en el tiempo
que nosotros vivimos, pero esto es un misterio. Para no caer en las grandes
dudas que levanta esta cuestión con respecto al valor de nuestra libertad
cuando Dios conoce ya nuestra respuesta hay que decir que es importante no
confundir la libertad de la criatura de la libertad de Dios, así como los
diferentes tipos de libertades en la criatura humana (sin entrar en la
angelical).
Dios es libre porque es originario, es decir no tiene inicio ni fin y todo sale de Él, quien
siempre crece en amor intratrinitario y hacia sus criaturas de forma dinámica y
siempre creciente. Todo lo que él hace es bueno y sólo es malo aquello que, por
ser libre, se aleja de Dios y deja de crecer unido a él y mirándole, como el sarmiento
que se corta de la vid[1]
(Jn 15, 1-8).
Sin
embargo, el hombre es libre no tanto
por poder elegir una acción u otra, algo que de alguna forma también realizan
los animales, sino por poder destinar su
vida a quien quiera y lo que quiera. Es una decisión trascendental y de
vital importancia, pues fallar en esto puede llevar al hombre a alejarse de
Dios e incluso condenarse rechazando la misericordia voluntariamente, perdiendo
propiamente la libertad profunda que sólo crece dirigiéndose a Dios y siendo
sostenidos por él. El hombre tiene que
elegir personalmente entre el bien y el mal, por lo que, de hacerlo
conscientemente, se hace responsable de la elección por doble vía:
mereciendo la elección que toma (no tanto por los frutos que dará esa
elección), si es buena, y culpabilizándose si es mala.
Pero
estamos en el orden natural, no en el sobrenatural. La libertad del hombre es
imprescindible para que su aceptación de Dios (amor) sea significativa, tanto
que Dios prefiere correr el riesgo de
que alguien se condene a que le elija sin ser libre, por eso ninguna
persona puede realmente sentirse amado por un animal, pues no es persona y no
puede corresponder al amor.
Lo
que ocurre es que esta libertad humana es limitada ya que nuestro conocimiento,
capacidad y naturaleza están limitados por el pecado y por ser criaturas. Dios
sin embargo penetra el espacio, el tiempo y la naturaleza de un modo que conoce
con tal profundidad la esencia de todo lo que ha creado que alcanza a estar
presente incluso en aquello que nosotros aún no hemos elegido.
La
discusión entre el pecado y la gracia ha sido una de las más debatidas durante
estos 2000 años y ya San Agustín le ha dedicado muchas reflexiones y
discusiones. Es un misterio incomprensible, pero lo que sí sabemos es que Dios da a cada uno la posibilidad necesaria
para salvarse, dejándonos la posibilidad de pedir los unos por los otros e
interceder a favor de alguien. De allí que es muy importante la comunión de
los Santos, la oración por los demás (especialmente por las almas del
Purgatorio que no pueden rezar para sí mismas y esperan nuestras oraciones), la
petición de ayuda de Dios (sobre todo del Espíritu Santo que es quien revela y
obra para Dios Padre) y de María (que es corredentora y mediadora de todas las
gracias).
Hay
muchas gracias que son concedidas porque uno las pide por otro y que de otra
manera no habrían sido derramadas. Otras Dios las quiere derramar, pero nadie
las pide (como es representado en la medalla de la Virgen Milagrosa revelada a Santa
Catalina Labouré, donde los rayos representan precisamente esas gracias). Casi
nunca somos conscientes de quién las ha pedido por nosotros, pero siempre son
efectivas y siempre se conceden por el sacrificio redentor de Cristo en la
cruz. Por eso es importantísimo rezar por los más necesitados y alejados, sobre
todo por los que nadie reza por ellos, los pobres de los más pobres (no sólo
físicamente, sino sobre todo espiritualmente).
Aún
así, hay que entender que Dios ama a
todos, pero no a todos por igual, ni a todos da las mismas gracias. Esto
obedece al plan salvífico de Dios y no corresponde a nosotros juzgar dicha
distribución de la gracia, pues siempre es justa. En parte porque al amor de
Dios depende de nuestra respuesta, ya que cuanto más perfecta es una respuesta,
más Dios puede obrar su gracia. De allí que en la Virgen María se da el amor
humano más grande de todos, pues concebida sin pecado, su respuesta de amor ha
sido y es la más perfecta de todas, hasta asignarle la terea de administrar
todas las gracias del Padre, llegando a ser “el paraíso de Dios” como dijo San Luis
María Grignión de Montfort.
Podríamos preguntarnos entonces: ¿Por qué
Jesús eligió a Judas para ser su apóstol si sabía que le iba a traicionar y,
sobre todo, por qué le dejó estar a su lado hasta el final?
Sencillamente
porque en el momento más importante de
la vida de una persona, que es su juicio particular justo después de su muerte,
nadie podrá reprocharle a Jesús no haber hecho todo lo posible para que se
pudiera salvar, dejando así patente que la elección de rechazarle no era de
Dios y, a la vez, mostrando exactamente lo contrario, es decir, su profundo y
total deseo de salvación de esa persona, hasta el punto de ser perjudicado en
la cruz. Porque si supiéramos el valor que tiene un alma para Dios nos
derretiríamos de tanto amor inmerecido y se nos desharía el corazón en lágrimas
de gratitud para toda la eternidad. Porque es así: Dios nos tiene pensados desde toda la eternidad y desde esa eternidad
nos ama y espera nuestra respuesta a su amor. Sólo uno es el deseo de Dios
hacia la persona creada: hacerle partícipe de su amor eterno por la infinita
misericordia desbordante de su corazón de amor.
En conclusión la libertad no se puede entender mezclando los planes
sobrenaturales (Divinos) de los naturales (humanos) sino dentro de cada plan y
atendiendo a que el plan divino penetra lo humano sin alterar su elección libre
y real y, por lo tanto su responsabilidad. Tampoco se puede reducir la libertad
a meras elecciones, sino que hay que verla como una adhesión cada vez más
perfecta a la voluntad del padre. La
paradoja más grande de la libertad es que cuanto más se la entrega a Dios, más
crece en perfección, significado y alcance. Por lo contrario, cuanto más se
aleja de Dios, más encierra a la criatura en su naturaleza, despersonalizándola
y reduciéndola a un sí mismo egocéntrico, caprichoso y más cercana al sinsentido
decreciente y a la auténtica muerte.
Diego
Cazzola Boix
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