domingo, 7 de agosto de 2016

Sacerdote, ¡proclama el regreso de Cristo!

He aquí otro día en el que las lecturas de la misa están repletas de escatología. Hoy domingo 7 de agosto el Señor nos habla de promesas y de liberación en la primera lectura, de una salvación que esperaba el pueblo que hace clara referencia al último castigo, donde se separarán los que son del Señor y los que no, entre cabras y ovejas, o buenos y malos. Una lectura donde los piadosos hijos de los justos hacían sacrificios en secreto, como hoy en día lo vienen haciendo los hijos de María, los "Apóstoles de los últimos tiempos".

Incluso el salmo habla de aguardar al Señor con la esperanza puesta en Él y en su misericordia.

La segunda lectura nos plantea perfectamente los frutos de la fe en Abraham o Sara, quienes recibieron una promesa y confiaron en ella. Una promesa que no se cumplió tal como creía Abraham, pues no tuvo tantos hijos propios como estrellas del cielo, pues Dios siempre sorprende cuando promete y cumple sus promesas. Nos recuerda además que somos peregrinos de esta tierra, por lo que nuestros anhelos tienen que estar en la tierra que es nuestra, el cielo. Nuestro corazón tiene que desear al amor de Dios vivido en su presencia más que el amor que podemos vivir en esta tierra. Aunque sea éste bueno y legítimo quererlo vivir, no es el que tenemos que tener siempre presente como hijos de Dios. Por eso Dios le pide a Abraham renunciar a su descendencia, porque quiere que tenga el corazón puesto sólo en Él. Es un Dios celoso que quiere nuestro amor completo y quiere siempre que este amor esté puesto en él, sólo en él. Destaca la confianza de Abraham en el poder de Dios ante una adversidad impensable y dolorosa como la muerte de su hijo. ¿Cómo no pensar que ante las calamidades profetizadas para nuestros tiempos no estará presente el Señor para hacer lo imposible para seguir siendo un Padre? Si Dios es bueno ahora con nosotros y nos acompaña con su Misericordia, con su Espíritu de profecía y su bondad providente, ¿no lo hará en otras circunstancias adversas? ¿Acaso no nos tienen preparado a cada uno de nosotros un camino para recorrer en el que seguiremos siendo sus hijos preferidos y los testigos de su amor?

Pero lo más interesante y profético es claramente el evangelio.

Jesús nos recuerda su promesa: ser su rebaño y habernos prometido el reino de Dios. Nos devuelve la mirada al cielo, donde debe de estar nuestro corazón, nuestra esperanza y nuestro tesoro. Nos recuerda que tenemos que vivir haciendo limosna y con austeridad, pero sobre todo con las lámparas encendidas. Se dirige a los criados alabando aquellos que están en vela esperándole. Los criados son los que sirven y los que sirven son, de forma especial, los sacerdotes, cuyo ministerio es precisamente el servicio. Les invita a estar atentos a su regreso, invitándoles a estar atentos aunque no haya venido a la segunda, ni a la tercera vigilia. Es decir, les invita a estar atentos a su regreso aunque no haya venido cuando lo esperábamos. ¿Tenía que ser en el 2000? ¿O en el 2014? Da igual, lo importante es estar esperándole como si fuera mañana. Pero hay de aquellos criados que no están atentos. Jesús les dedica el final de la parábola y previene los criados, es decir, a los sacerdotes a los que se les había dirigido esta parábola, a no darse a la "buena vida", es decir, la vida sin tensión de su regreso que busca en esta vida sin gloria los frutos del Reino de Dios. Para esos está reservado “un castigo con rigor” y el mismo final que “de los que no son fieles”.

Así que, esperemos que este domingo los sacerdotes puedan acoger este Espíritu de Profecía, hacerlo propio y recapacitar, pues son ellos quienes tienen que guiar los pasos del pueblo para que esté en la espera de Cristo, especialmente en estos tiempos tan ácidos y complejos donde el que espera la Segunda Venida de Cristo parece un loco, un exagerado o incluso un fanático.

Paz y bien.