lunes, 28 de agosto de 2023

Más allá de las palabras

En medio de esta agitada vida moderna, quiero reflexionar sobre la importancia de nuestras palabras, su autenticidad y la manera en que nos comunicamos, especialmente cuando se trata de nuestra relación con lo divino, pues siento que estas reflexiones son cruciales para nutrir nuestra conexión con Dios de forma genuina.

¿Alguna vez te has detenido a pensar por qué decimos lo que decimos? ¿Tiene relevancia el lenguaje que empleamos al comunicar pensamientos profundos? ¿Y qué pasa con la velocidad y el tono que utilizamos? ¡Pues sí, todo esto tiene un gran impacto!

Es evidente que existe una manera superior de comunicar la importancia de nuestros mensajes y hacer claro que la persona a la que nos dirigimos es significativa para nosotros. El modo en que nos expresamos refleja nuestro compromiso y amor hacia esa persona. Así ocurre en nuestra comunicación con lo divino, en la oración.

Para reflexionar juntos: ¿Recuerdas el propósito detrás de bendecir la mesa? ¿A quién te diriges y por qué lo haces? Esas frases cotidianas que a menudo recitamos de manera automática, como pasa también con la oración del Ángelus o la señal de la Cruz al entrar en misa, … ¿Qué valor real tienen para nosotros? A veces, estas palabras se vuelven rutina y las decimos sin siquiera pensar, yendo demasiado rápido como para considerar su significado.

Aquí surge mi pregunta: ¿Tiene sentido esta forma de oración? Si la oración es un puente comunicativo con una entidad divina, con Dios, la Virgen o los santos, una manera de expresar nuestro amor, preocupación y solicitudes, ¿tiene sentido que nos comuniquemos de manera vacía, mecánica y superficial?

Creo que tenemos que redescubrir las jaculatorias, esos diálogos naturales con lo divino a lo largo del día. Es esencial otorgar significado a esas frases comunes o a las oraciones habituales en contextos repetidos, como las oraciones de la misa. Debemos sumergirnos en ellas y comprender su intención. Nuestra actitud, incluso la posición de nuestro cuerpo, debe reflejar la seriedad de nuestro corazón cuando nos dirigimos a Dios.

No se trata solo de decir palabras, sino de establecer una conexión genuina. Dios no busca perfección, pero anhela amor y autenticidad. 

Él hace su parte; nosotros debemos poner amor y compromiso. Así que, a partir de ahora, te invito a tomarte tu tiempo en la oración. Reza el Ángelus con calma, saborea cada palabra del Ave María, y mantén una atención plena en la misa. Si la distracción llega (niños, ruido o pensamientos vagantes), vuelve a enfocarte. Dios entiende y suple.

¿Quieres una sugerencia para un examen espiritual? Pídele a alguien que te pregunte sobre los detalles de la misa. Así, estarás atento y comprometido. Graba y escucha tu rosario, y si es breve, examina la profundidad de tus palabras y reflexiones. O cronométralo, que si dura menos de 15 minutos hay que hacer cambios...

Por último, observa tus pensamientos mientras te acercas a la Eucaristía. ¿Es tu cuerpo en movimiento o tu alma en ansia? Prepárate con conciencia y desde tu poquedad ante el Cuerpo de Cristo. Es el amor el que debe guiar este encuentro.

Encomiendo tus pasos hacia una comunicación más auténtica y profunda con un Dios que es Padre. Que Dios te bendiga. 🙏🌟❤️





martes, 13 de junio de 2023

Amor por la Eucaristía

Al grano...

El sacerdote en la misa empieza besando el altar porque representa a Cristo y en ese lugar vendrá en la consagración. Se da golpes en el pecho, donde el corazón, para despertarse del pecado (y nosotros también), grita tres veces “Señor ten piedad” como el ciego de Bartimeo, y nosotros con él. Luego, se lava las manos pidiendo a Dios que lave sus culpas y purifique su pecado.

En el Santo acuden todos los santos del cielo y las cortes celestiales a ponerse al pie del altar donde Dios se hace un simple pan sin sal, ni levadura, insípido y vulnerable. Gritamos “Hosanna en el Cielo” junto a toda la creación.

En la consagración el sacerdote se arrodilla ante el misterio eucarístico, se toca la campanilla para que todos presten atención a ese gran momento y, todo el pueblo que pueda, debe de ponerse de rodillas mirando fijamente el cielo en la tierra elevado en las manos del sacerdote.

En la comunión se nos recuerda que es “el cuerpo de Cristo” y decimos “Amen”, es decir, “así sea”, pues somos conscientes de que este pan no es un símbolo, sino el mismo cuerpo de Dios creador y redentor que nos abre las puertas al cielo con una alianza siempre nueva y renovada, que nunca ha sido anulada a pesar de nuestro rechazo y nuestra indignidad.

Ese pan lo recibimos de las manos del sacerdote, no lo cogemos. Es importante este detalle porque refleja nuestra gratitud y respeto ante un bien tan grande e inmerecido como misterioso. Pretender "cogerlo" es querer, en realidad, o bien simplificar y rebajar su valor o bien pretender estar a su altura. Vamos, psicológicamente no queda muy lejos de la actitud que estaba detrás de sospecha de Adán y Eva.  Así que "recibir" el cuerpo de Cristo es un acto de aceptación de amor que reconoce nuestro lugar indigno, "cogerlo", por otro lado, expresa un pretendido derecho a recibir el amor de Dios porque así lo queremos.

Al igual que al sordomudo Jesús le sanó tocándole la lengua, Cristo nos sana tocando la nuestra. Jamás el sordomudo le habría forzado la mano a Jesús para que le tocara la lengua. Esa gracia es para ser recibida, no exigida.

La eucaristía es “carne de perdón” y, como el perdón, no se puede forzar, sino que se nos tiene que entregar voluntariamente. Si alguien no te perdona, no se le puede obligar a ello sin desvirtuar ese amor necesitado.

Invito a leer despacio la secuencia del Cuerpo y Sangre de Cristo leída este domingo 11 de junio de 2023*. Su segunda parte es impactante, una auténtica catequesis, pero sólo recuerdo que dice que la eucaristía "es muerte para los malos, y vida para los buenos;  mira cómo un mismo alimento produce efectos tan diversos." Jesús eucaristía se queda bien callado, pero no por eso es algo beneficioso, todo dependerá de la pureza de nuestras intenciones, nuestro estado de pecado, nuestra actitud al comulgar, etc. No es para tomárselo a la la ligera.

Volviendo a la adoración que le damos y la preparación de la misa que muchos olvidan en la comunión...

En cuatro ocasiones se eleva la patena y el cáliz: en el ofertorio, en la consagración, al final de la plegaría eucarística en el “Por Cristo, con Él y en Él” (doxología) donde confirmamos nuestra promesa al Señor de ser suyos con un Amen de los más importantes de la toda la santa misa (por eso es el Amen que, por su solemnidad, más se canta). Finalmente, en la proclamación “Éste es el cordero de Diosse vuelve a levantar, preparándonos ya para recibirle mirándole elevado y en adoración.

En la misa estamos continuamente preparando nuestro interior para recibir al Dios que sana nuestro corazón pecador viniendo Él a nosotros. Pero es triste y contradictorio que en la comunión luego todo desaparezca para muchas personas y lo muchos lo cojan como si de una cosa más se tratara.

Y si unos pocos pueden llegar a mirar concienzudamente que no queden partículas en las manos, llevan las manos limpias, en posición de trono bien elevado y comulgan con la máxima piadosidad exigida por el magisterio en esa segunda posibilidad que ahora comentaré, la grandísima mayoría no cuida en absoluto ese momento. 

Con todo lo recogido aquí y que trata de reconocerle a Dios su lugar divino, deberíamos entender por qué ningún santo ha recibido la comunión en la mano ni de pie, por eso deberíamos entender por qué ha sido así unos 2000 años, porqué, siempre que un vidente ha recibido la Eucaristía por un ángel (como en Fátima), lo han hecho de rodillas y en la boca. Por eso es el primero y auténtico modo para recibir la comunión y el segundo, sería bueno saber que no solo fue desaconsejado permanentemente por los Papas, sino que fue tolerado por medio de un indulto que se otorgó a quienes desobedecieron de modo frontal a la autoridad papal, para que muchos no se vieran en pecado de desobediencia. Tanto Juan Pablo II, como Benedicto XVI lucharon por volver a la comunión en la boca y de rodillas, pero ya muchos lo ven como un derecho, y si ahora se cuestiona el sacerdocio del varón, y el matrimonio, ...como para lidiar con la comunión en la mano.

Aquí la cuestión es muy sencilla, en realidad. Nos ponemos de rodillas cuando aceptamos que lo que tenemos delante es algo que merece la pena por encima de todo lo demás. Si fuéramos conscientes de la divinidad de la Eucaristía, iríamos andando de rodillas hacia la comunión. Y, si no lo entendemos, es que tenemos un corazón repleto de "sentimientos de derechos de igualdad", olvidando que, como criaturas, estamos más cerca de la nada que de Dios y que es por él por quien podemos limpiarnos y estar en su eterna presencia. La arrogancia que hoy nos invade como un cáncer silencioso, nos hace pensar que podemos estar cara a cara con Dios y exigir una eucaristía como si de un derecho se tratara o como si fuera una cosa más que hacemos ante Dios. Hemos perdido el amor y la devoción por lo más sagrado que nutría el temor de Dios. 

Creo que la solución es aumentar la frecuencia de la adoración eucarística. Porque Dios no está en todas partes como lo está en la eucaristía. En el aire hay agua, pero no puedo beberla, así que volvamos a los sagrarios para pedir a Dios sanar los males que nos alejan de él, pues esos son los que causan todos los demás males.


PD. No me venga nadie con que los apóstoles lo tomaron en mano, porque primero eran sacerdotes y segundo la Iglesia ha comprendido y evolucionado mucho por la acción del Espíritu Santo y ya no tenemos tres años en la fe; podemos darnos por confirmados, si aceptamos los cambios que la humildad nos propone.


https://www.ewtn.com/es/catolicismo/devociones/corpus-christi-el-santisimo-cuerpo-y-sangre-de-cristo-14693