jueves, 7 de octubre de 2021

¡Basta de vivir con miedo y con comodidad!

En un día como hoy no podemos olvidar el triunfo de los cristianos en la batalla naval de Lepanto el 7 de octubre de 1571, justo hace 450 años y tras la que se estableció la fiesta de la Virgen de las Victorias. Durante el pontificado del Papa San Pío V, los musulmanes amenazaron con extender su zona de influencia en Europa más allá de la península hispánica y, de esa manera, acabar con la religión católica. Incluso amenazaron con convertir la Basílica de San Pedro en una caballeriza. Había miedo, pero el Papa San Pío V en medio de una lucha entre la amenaza del protestantismo por un lado y la de la expansión de los otomanos por el otro, pidió ayuda del rey Felipe II de España y, tras algunas negociaciones, se fundó la Liga Santa el 25 de mayo de 1571 (conformada por españoles, territorios que actualmente componen Italia y la Orden de Malta). La batalla ocurrió en el sitio conocido como “Ejinades” en el golfo de Patras, que en la edad media se llamaba golfo de Lepanto (actual Grecia). El Papa pidió a los combatientes que se confesaran, comulgaran y rezaran con fervor el Santo Rosario. Aunque parecía inicialmente que los musulmanes, superiores en número, ganarían la batalla, milagrosamente las condiciones climáticas cambiaron y los cristianos se llevaron la victoria.


Hoy en día necesitamos recobrar la fuerza de la fe de los hijos de Dios que luchan por la verdad y que no sólo esperan que sea conocida. Tampoco podemos seguir aplicando un falso y cómodo criterio de laxa misericordia, ya que la Misericordia de Dios es también justicia que purifica y que nos devuelve a la cruz, único camino de salvación. Ya que muchos sacerdotes han abandonado el espíritu de lucha profética y pastoral, acomodándose con una triste condescendencia a las reglas de este mundo, es preciso que los laicos, por lo menos los que podamos, despertemos, pues somos más que los sacerdotes y es preciso salir a la batalla con las mismas condiciones a las que ese Papa decidido por esa esencial y absoluta Verdad que se nos dio de lo alto, propuesto a los combatientes de Lepanto: volvamos a vivir con fuerza, tesón, temor de Dios y confianza la Santa Misa, volvamos a la confesión asidua y profunda empujada por un ardiente deseo de santidad diaria, la que cuesta y no deja cómodos ni indiferentes, y sobre todo volvamos a la oración del Santo Rosario diario para la conversión del mundo, pieza clave para la recuperación de la humanidad y la evitación del desgarro eclesial. El sínodo en Alemania ha empezado pidiendo que se reconozca la mera simbología en la Eucaristía dejando atrás “el mito” de la transustanciación. Pues si en estas estamos, vivimos tiempos mucho más necesitados que los de Lepanto. Así que te invito a que cojas el rosario y empieces a tirar de él cada día y en familia, a que busques la Verdad en cada cosa que haces y a vivirlo todo con el profundo conocimiento de que Dios está a tu lado para ayudarte, pero también de que se te pedirá cuentas de las gracias que tuviste al alcance y no empleaste.

Cuando en el Padrenuestro decimos “perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” podemos observar que no es correcta esa traducción. En latín se dice claramente “dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris”, donde los “debita” no son ofensas, sino “deudas”. No podemos quedarnos con la idea de inocencia suficiente por no ofender a Dios, pues aunque no ofendamos a Dios, siempre tendremos “deudas”. La gracia de Dios es gratis para nosotros, pero no es barata, ha costado la sangre del Hijo de Dios y esto interpela a cada uno de nosotros. Nos debemos a Cristo y nos debemos a los demás, pero en la Verdad. No asumir nuestro camino de santidad es una deuda hacia Dios que pesará en nuestro juicio.

¡Basta de vivir con miedo y con comodidad! La vida del cristiano es dura porque ama desde la cruz. Si el mundo evita el dolor y la incomodidad, nosotros debemos ir contracorriente y eso implica un agotamiento que sólo conocen los que lo intentan. Ese agotamiento que te hace más conocedor de tus limitaciones y de la necesidad de alimentarte espiritualmente de lo que importa, aunque implique quitarte de otras cosas que pueden ser necesarias, pero que no son importantes. Poner a Dios en el centro de nuestra vida no puede ser una muletilla familiar, sino una agenda diaria. Si amas y no te duele, es que no amas de verdad y si no te duele nada no apreciarás ni la confesión ni la Eucaristía ni el Rosario. El ayuno te parecerá una estupidez innecesaria (aunque la Virgen lleve pidiéndolo hace siglos y la ignoramos) y cubrirás de capas tu “yo” haciéndote opaco a la verdadera y profunda acción del Espíritu Santo. Si realmente nos pusiéramos manos a la obra, estaríamos viendo milagros cada día, no condenas morales y discusiones estúpidas a cada paso que damos.

Os animo a levantaros cada día con este espíritu. Yo no logro lo que quiero, pero eso se lo dejo a Dios. Nos eremos los santos que deseamos, sino los santos que Dios quiere. Lo nuestro es esforzarnos en cada instante. Pero de verdad y con prisa, porque al demonio le queda poco tiempo y está haciendo estragos ya que no estamos respondiendo como auténticos hijos de Dios.

La situación que vivimos es un claro llamado de Dios a la conversión, pero seguimos sin devolver la mirada a Dios. Y no me refiero con ir a misa y cumplir, sino con el trabajo personal de que cada día le vivamos con más santidad y fuerza. Porque como dijo Jesús: “Si alguien quiere ser mi discípulo, tiene que negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme” (Mateo 16,24; Mc 8,34; Lc 9,23). Pues no nos olvidemos el primer paso: negarnos a nosotros mismos. Creo que la mayoría nos saltamos el primero, pretendemos escoger la cruz según gustos y nos complacemos de haber cumplido pensando que le seguimos. Y mientras morimos espiritualmente por dentro con una religión a la carta faltos del ardor del corazón de Cristo, estériles sin Espíritu Santo (ya apenas se le reza, ni se le reconoce en el día a día) y confundidos con el mundo que por eso nos ama y nos hace sentir tan cómodos.

¿Soy duro? Sí, puede, soy así. Pero digo la verdad que muchos necesitan escuchar esperando que abran los ojos y decidan cambiar de vida. Porque el que vive voluntariamente la vida de este mundo al margen de Dios me da pena, pero quien renuncia a esa vida por amor a Dios, pero termina viviendo prácticamente del mismo modo me da doble pena y dolor, pues pierde el gozo temporal del mundo y la carne y además arriesga la vida eterna.

Así que dejémonos de ofensas sensibleras y críticas técnicas fraternales y descendamos a la conversión profunda del corazón.

PD. Si piensas hacer un cambio radical, aconsejo la mano de María. No creo que a estas alturas se pueda hacer algo decente sin ella.  

Fuentes:

https://www.aciprensa.com/noticias/por-que-el-tercer-rosario-mundial-conmemora-los-450-anos-de-la-batalla-de-lepanto-30725

https://linguim.com/es/la/padre-nuestro-latin.html

 

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