En un día como hoy no podemos olvidar el triunfo de los cristianos en la batalla naval de Lepanto el 7 de octubre de 1571, justo hace 450 años y tras la que se estableció la fiesta de la Virgen de las Victorias. Durante el pontificado del Papa San Pío V, los musulmanes amenazaron con extender su zona de influencia en Europa más allá de la península hispánica y, de esa manera, acabar con la religión católica. Incluso amenazaron con convertir la Basílica de San Pedro en una caballeriza. Había miedo, pero el Papa San Pío V en medio de una lucha entre la amenaza del protestantismo por un lado y la de la expansión de los otomanos por el otro, pidió ayuda del rey Felipe II de España y, tras algunas negociaciones, se fundó la Liga Santa el 25 de mayo de 1571 (conformada por españoles, territorios que actualmente componen Italia y la Orden de Malta). La batalla ocurrió en el sitio conocido como “Ejinades” en el golfo de Patras, que en la edad media se llamaba golfo de Lepanto (actual Grecia). El Papa pidió a los combatientes que se confesaran, comulgaran y rezaran con fervor el Santo Rosario. Aunque parecía inicialmente que los musulmanes, superiores en número, ganarían la batalla, milagrosamente las condiciones climáticas cambiaron y los cristianos se llevaron la victoria.
Cuando en el Padrenuestro decimos “perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” podemos observar que no
es correcta esa traducción. En latín se dice claramente “dimitte nobis debita
nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris”, donde los “debita” no son
ofensas, sino “deudas”. No podemos quedarnos con la idea de inocencia suficiente
por no ofender a Dios, pues aunque no ofendamos a Dios, siempre tendremos “deudas”.
La gracia de Dios es gratis para nosotros, pero no es barata, ha costado la
sangre del Hijo de Dios y esto interpela a cada uno de nosotros. Nos debemos a
Cristo y nos debemos a los demás, pero en la Verdad. No asumir nuestro camino
de santidad es una deuda hacia Dios que pesará en nuestro juicio.
Os animo a levantaros cada día con este espíritu. Yo no
logro lo que quiero, pero eso se lo dejo a Dios. Nos eremos los santos que deseamos,
sino los santos que Dios quiere. Lo nuestro es esforzarnos en cada instante.
Pero de verdad y con prisa, porque al demonio le queda poco tiempo y está
haciendo estragos ya que no estamos respondiendo como auténticos hijos de Dios.
La situación que vivimos es un claro llamado de Dios a la conversión, pero seguimos sin devolver la mirada a Dios. Y no me refiero con ir a misa y cumplir, sino con el trabajo personal de que cada día le vivamos con más santidad y fuerza. Porque como dijo Jesús: “Si alguien quiere ser mi discípulo, tiene que negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme” (Mateo 16,24; Mc 8,34; Lc 9,23). Pues no nos olvidemos el primer paso: negarnos a nosotros mismos. Creo que la mayoría nos saltamos el primero, pretendemos escoger la cruz según gustos y nos complacemos de haber cumplido pensando que le seguimos. Y mientras morimos espiritualmente por dentro con una religión a la carta faltos del ardor del corazón de Cristo, estériles sin Espíritu Santo (ya apenas se le reza, ni se le reconoce en el día a día) y confundidos con el mundo que por eso nos ama y nos hace sentir tan cómodos.
Así que dejémonos de ofensas sensibleras y críticas técnicas
fraternales y descendamos a la conversión profunda del corazón.
PD. Si piensas hacer un cambio radical, aconsejo la mano de
María. No creo que a estas alturas se pueda hacer algo decente sin ella.
Fuentes:
https://linguim.com/es/la/padre-nuestro-latin.html