En pocos días de playa en
Benidorm y ya estaba cansado de buscar algún lugar donde mirar en el que no
haya pechos al aire o biquinis con más de 3 cm de superficie. Parece que las
mujeres ya no quieran ser sexys para conquistar o llamar la atención, sino que
ahora sea un estándar de vestirse.
Observo que la mayoría de las
mujeres tratan de vestir tratando de excitar a los hombres. Y no sólo las
jóvenes, sino las más mayores y las niñas también. Los “pantalones” demasiado
cortos, los sujetadores a la vista, los biquinis que parecen sujetadores o con
transparencias que dejan poco a la sugerencia.
Me he preguntado si está bien
tratar de estar así de sexy en general y comparto mi reflexión que a algunos
puede parecer exagerada, pero que creo que es muy razonable y que el mundo está oscureciendo esta claridad y la hace opaca a la pureza que es propia del
cristiano.
Cada vez veo más claramente que ser
sexy no tiene nada que ver con estar guapas, sino con provocar al hombre para
que en su excitación, mayor o menor, considere especial a la mujer. No tiene
nada que ver con la belleza, sino que es un modo de atraer la atención sobre
determinadas partes del cuerpo que deben de estar reservadas a excitar a quien
se le haya prometido ese cuerpo y con quien esa unión sea legítima. Exhibir el
cuerpo indiscriminadamente es demostrar que nuestra dignidad (que es algo que
radica en el interior) está a la venta a cambio de elogios dirigidos sólo a un
cuerpo. Impide entender la unicidad de uno mismo y no deja que la intimidad
tenga su lugar propio de expresión, que, como ocurre con la intimidad interior,
tiene su propia parcela que no es de dominio público.
Desde siempre el mundo ha
impuesto un modo de entender la intimidad, la belleza, la fidelidad, y muchos
más valores, despersonalizados y reducidos. Sin embargo, a partir del siglo
pasado lo hace de una forma más aguda e impositiva despreciando el hecho de que
el cuerpo manifiesta lo valioso de nuestro interior y que lo que hacemos con él
declara lo que hacemos con lo más profundo de nosotros mismos. Del mismo modo
que nuestros pensamientos no los podemos comunicar a cualquier persona ni en
cualquier momento, lo que enseñamos excesivamente con nuestro cuerpo desvela o
una pobreza interior que no tiene nada que manifestar a nivel físico o un deseo
de aceptación y cariño tan grande por el que estamos dispuestos a hacer
cualquier cosa para conseguirlo. Atención con este último motivo, pues denota, en
mi opinión, un vacío interior que por dentro crece como un cáncer y por fuera
fracasará exponencialmente. Igual que beber sólo alcohol cuando se tiene sed de
verdad, no sirve más que para empeorar la situación, saciar nuestro deseo de
aceptación y valía abriendo las puertas indiscriminadamente a los demás, sólo
generará un vacío creciente y agobiante.
Los consagrados y todos aquellos
que han hecho voto de castidad no muestran mínimamente su cuerpo porque nadie
tiene que excitarse con lo que es ya de Dios, es algo que no tendría ningún
sentido. En el caso de los esposos, sólo ellos son los destinatarios mutuos de
una posible excitación, pero nadie más y en privado. Porque no da igual ser
pudoroso y respetuoso que no serlo. Es una cuestión personal y social y no una
mera conducta social. Claro está que parto del hecho de que existe una verdad,
una moral y un sentido de todo.
En el ámbito cristiano también se
observa una falta de pudor y de respeto por la intimidad que me llama mucho la
atención. Sólo hace falta ver cómo vamos a una boda o a la misa dominical,
pero, en mi opinión incluso en la playa debemos de observar ese respeto
esponsal. Para decirlo de un modo muy sencillo: si una mujer no se pasearía por
la calle en ropa interior, ¿por qué en la playa parece que sí pueda mostrar lo
mismo? Sin embargo, observo un razonamiento al revés: ¿si en la playa puedo
mostrarlo todo, por qué no fuera de la playa? Pero el origen de la cuestión
está en el sentido de todo y en su origen. El sentido de la persona es el amor
y por lo tanto, el del cuerpo es la expresión de ese amor. Su origen es la
dignidad humana, que no puede ser reducida o aniquilada separando el cuerpo de
la fuente de su valor espiritual interior. Es una cuestión de coherencia con
nuestra estructura antropológica que no podemos saltarnos a la ligera sin
desgastar el significado más profundo de nuestra intimidad.
El peligro para los cristianos,
además, presenta más inconvenientes.
El primero es que la falta de pudor, en
sus diferentes grados, es signo visible y proporcional de la ausencia del Señor
en sus vidas y en sus cuerpos, es decir, en sus personas y en su matrimonio. Por
eso Adán y Eva se sintieron desnudos y avergonzados ante su pecado, porque su
alma se oscureció y su cuerpo acogió esa vergüenza en su expresión.
El segundo
inconveniente es que, si son padres, estarán enseñando a sus hijas e hijos desde
edades muy tempranas que su valor no depende de “quienes son”, sino de “cuánto”
excitan, perturbando su sensibilidad y su inocencia, por no hablar de sus
gustos y modos de expresarse. Como siempre hay grados, pero lo más difícil de
los grados es percatarse de los cambios, especialmente cuando acontecen de forma
paulatina. Lo mejor es enseñarles un máximo respeto por su cuerpo, pero no un
respeto basado en lo que se ve desde los ojos del adulto, sino en lo que deben
de aprender a ver sus ojos en lo que su cuerpo expresa, para que vean reflejada
su intimidad en su corporeidad.
Personalmente creo que un buen
criterio con respecto al pudor nos lo puede dar la Virgen María, maestra de
pureza. Sólo hay que preguntarse si de estar presente estaría orgullosa o si
ella vestiría así. Porque la pureza y el pudor no son algo sólo para los
consagrados o los santos canonizados, sino para cualquiera que haya entendido
que somos templo del Espíritu Santo y que quiera vivir con su cuerpo la misma
profundidad de entrega a Dios que lleva en su alma.
En conclusión.
No es cuestión de
ser puritanos extremos que no van a la playa o que no sepan arreglarse para estar
presentables e incluso bellos, sino de ser cristianos conscientes del
significado de su cuerpo y capaces de asignarle su valor esponsal y educar en
ello. Mi consejo es que no tratemos de ser sexys, sino de que nuestro cuerpo
muestre lo mucho que amamos a Dios y lo suyos que somos en todo momento. Porque
lo más importante no es lo que los demás piensen de nosotros, sino el ejemplo
de nuestro amor por Dios que vivimos en la vocación que tengamos.
Paz y bien.