El concepto de "falta poco tiempo" es uno de los más controvertidos entre los intérpretes de los signos de los tiempos y los que estudian la Parusía de nuestro Señor. Hay quienes piensan que es un modo de hablar, quienes lo entienden como inminente y quienes un tiempo del Señor que nada nos dice a nosotros. Otros, casi con una urticaria, como si de un concepto herético se tratase, se dejan investir enseguida por la eterna excusa de que "nadie sabe el día ni la hora", como si con esta guillotina dialéctica se explicase algo a cerca del por qué Jesús habló de esto en muchísimas ocasiones explicándonos cómo tenemos que vivir esa espera "inminente".
Desde luego esta espera no es una espera simbólica, ni es una metáfora simplemente anecdótica, sino que es, y así debe de ser, una real actitud de TODO católico (por eso hay una sección importante en el CIC sobre este asunto) que habiendo entendido la relevancia del orden espiritual, desea como los primero apóstoles, una vida de fe dirigida al gozo de la promesa de eternidad y su experiencia ya en la vida terrena. El Reino de Cristo ya está en la tierra, pero su manifestación aún no es completa (por eso lo pedimos constantemente en la Eucaristia, "Ven Señor, Jesús", y en el Padre Nuestro, "venga a nosotros tu reino", y es nuestro deber por un lado ser conscientes de ello para desear Su regreso prometido, y luego para pedirle al Padre que acorte esta espera, pues lo que más debería anhelar un cristiano no es continuar con salud y seguridad su vida aquí en la tierra, sino compartirlo todo en Cristo y con su presencia real y plena canto antes.
Para esto es muy interesante entender lo que el jesuita filósofo
y teólogo Don Alfredo Sáenz explica en “El Apocalipsis según Leonardo
Castellani” en el capítulo “El Apocalipsis y la Teología de la Historia”[1]:
El mismo San Juan afirma en
el Apocalipsis que la Parusía –palabra griega que aplicada a Cristo significa
su presencia justiciera en la historia humana– está cerca. Lo hace desde el
comienzo, cuando titula el libro «Revelación de Jesucristo para manifestación
de lo que ha de suceder pronto» (Ap 1, 1), hasta el final, donde reiteradamente
le hace repetir a Cristo: «Mira, vengo pronto» (Ap 22, 7.12.20).
Digamos una vez más que
Cristo no se equivocó. Porque, como señala Castellani, este «vengo pronto»
puede ser entendido de tres modos. Ante todo trascendentalmente,
en cuanto que el período histórico de los últimos días, o sea el tiempo que
corre de la Primera a la Segunda Venida será muy breve, cotejado con la
duración total del mundo. Según una antigua tradición judeo-cristiana, «este
siglo», es decir, el tiempo que va desde Adán al Juicio Final, tendría una
duración de siete milenios, a semejanza de los siete días de la creación: dos
milenios corresponden a la Ley Natural, dos milenios a la Ley Mosaica, dos
milenios a la Ley Cristiana, siendo el último milenio el de «los tiempos
finales», el domingo de la historia, la época parusíaca de los nuevos cielos y
de la nueva tierra. Así, pues, en un sentido trascendental, Cristo pudo decir
con verdad que su Segunda Venida estaba cerca.
En segundo lugar, la promesa
«vengo pronto» puede ser entendida místicamente, en el
sentido de que todos debemos considerarnos próximos al juicio en razón de la
muerte, que puede sobrevenir en cualquier momento, resultando siempre
sorpresiva e inesperada para las expectativas e ilusiones humanas. La pedagogía
de Cristo en el Evangelio fue siempre alertar sobre el carácter imprevisto que
tiene la muerte para cada uno de los hombres: «Necio, esta misma noche morirás.
Lo que has juntado, ¿para quién será?» (Lc 12, 20). Y no sólo respecto de los
hombres individuales sino también en un sentido más universal: «Como sucedió en
los días de Noé –dijo Jesús–, así será también en los días del Hijo del hombre.
Comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el
arca; vino el diluvio y los hizo perecer a todos... Lo mismo sucederá el Día en
que el Hijo del hombre se manifieste» (Lc 17, 26-27.30). Lo sensato será, pues,
pensar que el fin está siempre cerca, para tener aceite en el candil, como las
vírgenes prudentes.
Por fin la expresión «vengo
pronto» puede ser interpretada literalmente. Porque ese
«pronto» de Cristo, un presente justiciero, se cumplió al poco tiempo en la
destrucción de Jerusalén, y luego en el derrumbe del Imperio Romano, los
dos typos del fin del siglo, o sea, el término del ciclo. Se
cumplió en su primera fase para los contemporáneos del Señor, y se cumplirá
quizá en su forma plenaria para nosotros, que pensamos menos en los fines
últimos que los primeros cristianos, siendo que estamos más cerca que ellos.
Así que os animo a vivir cada día como si fuera el último, pero no teóricamente, sino ajustando todo nuestro pensar y planificar a esta espera. Es un modo estupendo de vivir con más intensidad y agradecimiento el tiempo que tenemos a disposición, de no distraernos con preocupaciones inútiles, de dar gracias por las cosas pequeñas de cada día, de apostar por el amor de nuestra familia, de vivir con sobriedad y auténtica esperanza, etc. El objetivo no es dejar de planificar a largo plazo, sino no poner el corazón en aquello que no está en el orden del hoy y de la salvación.
Paz y bien.
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