Me formulan la siguiente pregunta y trataré de responderla desde mi perspectiva y según lo que he aprendido y estudiado (las notas son bastante importantes, pero las he colocado al final para facilitar la lectura):
¿Qué
significa esos 1000 años del Apocalipsis Ap 20,4 y esa primera resurrección? ¿Que
el fin de los tiempos serán 1.000 años, con gente resucitada, volverá a salir
Satanás pasado ese tiempo y entraremos ya en el Reino de los Cielos?
¿O es
que los 1.000 años son los tiempos actuales con gente en el Cielo tras la
llegada de Jesús, y una vez cumplido entramos en el fin de los tiempos, en la
tierra prometida? ¿Para siempre? No encaja porque no hay Cielo, sólo tierra (o
no hay reinado de Jesús en la tierra física...). En Ez 37, 14 habla claramente
de "en vuestra tierra"...
Entender lo que se me pregunta es
muy complejo. Nadie sabe con certeza lo que significa. El libro del Apocalipsis
no pretende ser un anticipar con claridad los hechos futuros, sino una guía
para entender los acontecimientos que estén pasando. Tratar de entenderla del
todo antes de tiempo es un imposible, pues se mezcla la simbología y una
cronología imprecisa.
Dicho esto, puedo decir la idea
que me he hecho yo tras estudiarlo estos años, pero sin ser experto en este ámbito.
Creo que la primera resurrección es la que Cristo ha realizado en nuestro
espíritu renovándolo por el bautismo y permitiéndonos estar purificados por la
confesión. Muriendo en la cruz y resucitando, Jesús “capturó al Dragón” lo arrojó al Abismo, lo
cerró con llave y lo selló, para que el Dragón no pudiera seducir a los
pueblos paganos” (Ap 20,2-3). El hecho que esto sea para mil años y que
luego sea soltado implica, en mi opinión, que esos mil años son el tiempo entre
su ascensión al cielo y su regreso en gloria. Éste, propiamente hablando, es el
fin de los tiempos ya que Israel estaba esperando una promesa que cumpliría su
mayor deseo de tener el mesías que llevara la fe a la plenitud. Esa plenitud es
Cristo. Sin embargo, la muerte de Cristo en la cruz es la copa de la Pascua que
no bebió en la última cena[1]
para beberla en la cruz misma[2]
y que se renueva en cada misa para el perdón de los pecados de todas las
generaciones futuras.[3]
Así que la plenitud que ha llegado con Cristo podría suponer perfectamente una
resurrección primera espiritual, como muerte al pecado. Sin embargo, en el
final de este tiempo de plenitud, el Dragón será soltado para poner a prueba y
purificar a la Iglesia. Aunque durante todo este tiempo se dará una separación de
“cabras y ovejas” o “del trigo y la cizaña”, será en el final de este tiempo el
momento más preciso y contundente de ese aquilatamiento, también llamado Gran
Tribulación[4] o prueba
final[5].
Será un momento específico en el que los acontecimientos favorecerán una toma
de posición cada vez más clara: o con Dios o contra Dios, favoreciendo la unión
de los cristianos y la conversión de los judíos, es decir todo Israel, tal como
está profetizado (Rm 11, 26; Mt 23, 39). Esto se puede deducir también del “aviso”,
o “luz de conciencia”, que se profetiza en Garabandal. Garabandal (así como casi todas las
apariciones de la Virgen María) es una pieza clave para entender estos
acontecimientos que Dios nos entrega de la mano de su Madre para que estemos preparados
y sepamos cómo hacerlo, nada más nada menos. Hay que decir que cada vez son más
los estudiosos de escatología que entienden que el glorioso retorno de Cristo no
es el “fin del mundo” o “juicio final”, cuya hora no nos "toca conocer el
tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad" (Hch 1, 7;
cf. Mc 13, 32), sino que se desgrana en unos acontecimientos previos
preparatorios.
Así que entiendo que el tiempo
entre la primera y la segunda venida de Cristo es un tiempo para la extensión
del Evangelio, el crecimiento de la Iglesia y el testimonio de la Verdad.
Cuando este tiempo haya llegado a su plenitud, el mal empezará a dominar. Por
eso se dice el Apocalipsis que “cuando se cumplan esos mil años, Satanás será
liberado de su prisión […] Saldrá para seducir a los pueblos que están en los
cuatro extremos de la tierra […]” y que “su número será tan grande como las
arenas del mar y marcharán sobre toda la extensión de la tierra, para rodear el
campamento de los santos, la Ciudad muy amada. Pero caerá fuego del cielo y los
consumirá” (Ap 20,7-9).
Esta extensión del mal es, en mi
opinión, exactamente el momento que estamos viviendo ahora mismo. Empezó claramente
con los antecedentes de la Primera Guerra Mundial, se visibilizó aún más con la
revolución del ’68, pero a partir de estos últimos 5-10 años podemos ver en un
crecimiento exponencial y especialmente perverso en su ataque a la vida naciente
y a la familia. El apoyo de este dato es enorme y no puede recogerse en este
escrito, pero sólo quiero citar al Papa León XIII quien en una visión escuchó un
diálogo entre Satanás y Dios en el que Dios concedía 100 años al demonio para
poder influenciar al mundo como nunca antes había podido hacerlo y tras el cual
mandó rezar la famosa oración de San Miguel[6].
Ese caer fuego del cielo que aparece en el Apocalipsis y que consumirá a los
propagadores del mal podría ser algún acontecimiento cósmico o natural, pero no
descartaría que fuera también, o a la vez, un acontecimiento espiritual en el
que los malvados sean heridos en el alma. El fuego es símbolo de purificación y
aquilatamiento. Hay que recordar que los castigos de Dios suelen estar siempre
en el orden de la conversión, más que de la venganza. En este sentido, tendría
sentido entender que esta intervención de Dios para parar la extensión del mal,
podría realizarse perfectamente cumpliendo el Aviso, el Gran Milagro y el
Castigo profetizados en Garabandal. Atendiendo a Medjugorje y Akita el castigo
parece ser ya inevitable, pero atenuable. De allí el sentido de la gran llamada
al ayuno, la oración, la penitencia, el rezo del rosario, la lectura de la Palabra
y la vida de gracia y sacramentos. No sólo pedimos por los pecadores y su
conversión, sino para reparar los males causados por tantos hermanos que
ofenden a Dios arriesgando su propia condena y generando maldad en la tierra.
Si bien los tiempos de estos
acontecimientos tienen algunas referencias que pueden indicarnos su cercanía,
no se pueden predecir con certeza y toda deducción nos mantiene, en mi opinión
de forma intencionada, en alerta y vigilantes (Mt 26,41) como debe de ser.
Esta Gran Tribulación se
caracterizará por varios hechos importantes y concretos, más allá de la
persecución religiosa, la inmoralidad, el ataque a la vida y a la familia y la
degeneración perversa de las sociedades, leyes y economías que “sacudirá la fe
de numerosos creyentes” (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). Se espera la “abominación de
la desolación”[7]
profetizada por el profeta Daniel relacionada con la desaparición de la
Eucaristía, guerras y terremotos especialmente importantes (que ya se pueden
observar), la salida del Papa de Roma, su asesinato y un tiempo de sede vacante,
pero sobre todo la visualización del falso profeta y del anticristo que tratarán
de hacerse con la Iglesia. No podemos olvidar, sin embargo, que todos los
acontecimientos de Garabandal, así como el Triunfo del Corazón Inmaculado de
María profetizado en Fátima para el primer tercio del Siglo XXI (quedan 13 años
como mucho), serán las grandes ayudas del Cielo para el pueblo de Dios.
Justamente cuando estos acontecimientos estén en su punto máximo y en un tiempo
muy breve, pero un momento determinado de la historia (cfr. Rm 11, 31 o CIC n.674),
que muchas profecías indican de 3 días, volverá Cristo Glorioso a instaurar su Reino
en la tierra, es decir, lo mismo que venimos pidiendo en el Padrenuestro y sobre
todo en cada Eucaristía[8]
(cf. 1 Co 11, 26): que se apresure el retorno de Cristo (cf. 2 P 3, 11-12)
cuando suplicamos: "Ven, Señor Jesús" (Ap 22, 20; cf. 1 Co 16, 22; Ap
22, 17-20).
Esperar a que Cristo venga a la
tierra en Gloria tal como nos prometió y en un momento muy concreto, tras
esperarle más de 2000 años y tras pasar esos “dolores de parto” (cfr. Rm 8,
19-22) y no poder gozar de su presencia en la tierra durante un tiempo es
cuanto menos incongruente, sino absurdo. En este sentido, a partir de ese
momento tan esperado habrá un tiempo para que ese Reinado de Cristo pueda
darse, pero no sabemos cuánto tiempo durará. Sabemos que no reinará el pecado
(aunque tampoco desaparecerá del todo), sino Cristo mismo como Rey del Universo
"con gran poder y gloria" (Lc 21, 27; cf. Mt 25, 31). La acción de la
Iglesia, y sobre todo de la adoración eucarística, será principal y universal.
Pero como el corazón del hombre que no esté ya en la presencia del Padre se
acostumbra y se relaja con el tiempo, el pecado personal volverá a hacerse cada
vez más presente, pero antes de que esto trascienda sobrevendrá el fin del
mundo y la restauración de todas las cosas. Será el momento de los “cielos
nuevos y tierra nueva”[9].
Cabe la posibilidad de que estos “cielos
nuevos y tierra nueva”, la Jerusalén Celeste que descenderá del cielo sea justo
después del castigo. De ser así sería una alegría mayor. Sea como sea, Dios
llama a su pueblo a la conversión para que podamos gozar de su presencia,
sea aquí en la tierra, sea en la nueva
Jerusalén, o en cielo. Desde luego creer en la resurrección de los cuerpos y no
tener un lugar para existir con ello, es igual de absurdo que esperar la segunda
venida de Cristo y la instauración de su Reino y que no venga para quedarse,
sino para castigar.
Este 2017 es un año muy especial
en el que se concentrar muchas posibilidades de grandes cambios. Sigamos
atentos a los signos de los tiempos[10]
y sepamos verlos con deseo de cumplimiento y de que Cristo manifieste su
gloria, no con miedo o desesperanza. Somos hijos de la luz, sólo cabe el amor, la
santidad y la esperanza en un mundo en el que Dios sea el centro. Ese es el
reino de los Cielo que ya está en nosotros, pero que aún debe de brillar con
más claridad y más fuerza.
Paz y bien.
[1] Un detalle poco conocido y muy importante. En la cena
pascual judía había (y sigue siendo así) cinco copas que recuerdan la Redención
de Israel y se asocian como enseñanza y mensaje a los cuatro términos de la
redención mencionados en el Éxodo: “Os sacaré… os libertaré… os redimiré… y os
tomaré para mí como pueblo” Éxodo 6, 6-7 y la quinta copa que recuerda que el
Mesías vendrá a redimirnos. Son las copas de la Bendición o santidad, de
las Plagas de Egipto, de la Redención, de las Alabanzas y de Elías. En
el momento de la copa de la redención Jesús no la bebió, sino que salió al
huerto de los olivos, donde de hecho ruega al Padre poder no beber esa “copa”,
pero donde decide beberla para cumplir su voluntad.
[2]
“Después de beber el vinagre, dijo Jesús: «Todo
se ha cumplido». E inclinando la cabeza, entregó su espíritu” (Jn 19,30). Cfr. Mc
15,36; Mt 27,48; Lc 23,36. Nótese que ya le ofrecieron de beber antes al llegar
al Gólgota, pero Jesús no quiso beber: "le ofrecieron vino mezclado con
hiel; pero Él, después de probarlo, no lo quiso tomar" (Mt 27,34).
[3] Hay que decir que en la Pascua judía se conseguía el
perdón de los pecados de ese año y por eso el sacrificio de ese cordero había
que hacerlo nuevamente cada año. Cristo, que ha llevado a plenitud toda la
tradición antigua insertándose en ella como cordero vivo y perfecto, renueva
ese sacrificio para los presentes de cada Eucaristía.
[4] Cfr. 1 Co 7,26. También: “Setenta semanas han
sido fijadas sobre tu pueblo y tu Ciudad santa, para poner fin a la
transgresión, para sellar el pecado, para expiar la iniquidad, para instaurar
la justicia eterna, para sellar la visión y al profeta, y para ungir el Santo
de los santos” (Daniel 9,24-27).
[5] “La Iglesia deberá pasar por una prueba final que
sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12)”, CIC 675.
[6] Oración a San Miguel Arcángel del papa
León XII: “San Miguel Arcángel, defiéndenos en el combate contra las maldades e
insidias del demonio. Se nuestra ayuda, te rogamos suplicantes. ¡Que el Señor
nos lo conceda! Y tú, príncipe de las milicias celestiales, con el poder que te
viene de Dios arroja en el infierno a Satanás y a los otros espíritus malignos
que ambulan por el mundo para la perdición de las almas.” (León XIII, 18 de
mayo de 1890; Acta Apostolicae Sedis, p. 743) Fuente: www.aciprensa.com/recursos/las-oraciones-de-leon-xiii-a-san-miguel-arcangel-por-la-iglesia-1268
[7]
"Y a la mitad de la
semana hará cesar el Sacrificio y la Oblación; y sobre el Santuario vendrá una
abominación desoladora, hasta que la consumación decretada se derrame sobre el
devastador" (Daniel, 9,27).
[8] Como respondemos
después de la consagración, en sus dos fórmulas, tras decir el sacerdote “éste
es el Misterio de la fe”: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección.
¡Ven, Señor Jesús!” o “Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este
cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas.”
[9]
“La sagrada Escritura
llama "cielos nuevos y tierra nueva" a esta renovación misteriosa que
trasformará la humanidad y el mundo (2 P 3, 13; cf. Ap 21, 1). Esta será la
realización definitiva del designio de Dios de "hacer que todo tenga a Cristo
por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra" (Ef 1,
10).” (CIC n. 1043)
[10] La expresión “signos de los tiempos” aparece
por primera vez en los evangelios (Mt. 16, 1-4; Mc. 8, 12; Mc 13, 1-23; Lc. 12,
54 – 56), como una llamada de atención a la llegada del reino de Dios. Es el Papa Juan XIII que vuelve a usar la expresión "signos de los tiempos", y el Vaticano II la asume en Gaudiumet Spes.
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