En este tiempo Jesús nos está
hablando mucho sobre el Espíritu Santo y en el Evangelio de hoy (Juan 16,12-15)
destaca una frase, generalmente poco recogida en las homilías, pero que me
parece muy interesante reflexionar: que el Espíritu Santo comunicará lo que
está por venir. Ésta es la base de la profecía, sea en visiones, sueños,
por ángeles, profetas o escritos mismos. Puede ser sobre el futuro y sobre el
pasado (1 Cor 14), pero las que versan sobre el futuro siempre tienen un carácter
orientador más que sancionador. No hay que verlas como avisos de catástrofes
castigadoras, sino avisos de amor que buscan la rectificación del pueblo de
Dios, su conversión. Por eso es importante no despreciar las profecías y,
aun más, la manifestación del Espíritu Santo que busca nuestra conversión
dándonos luz y poniéndonos en aviso sobre las consecuencias de nuestro alejamiento
de Dios.
Por esto me llama mucho la
atención que la mayoría rehuya tanto de hablar de profecías, sobre todo
habiendo dicho Jesús que "cuando venga él, el Espíritu de la verdad, [...]
os comunicará lo que está por venir" (Jn 16,12-15) o que el "testimonio
de Jesús es el Espíritu de profecía" (Ap 19, 10). Si es que, si quitamos
la profecía de la Biblia, quitamos un enorme parte de la historia de la
salvación y de la revelación.
De hecho, la realidad es que
"nada hace el Señor sin revelar sus designios a los profetas" (Amos
3, 7) y estos siguen entre nosotros. Sólo hay que saber reconocer al Espíritu
Santo entre ellos y querer escucharle, viviendo una vida desde el espíritu y no
distraídos por este mundo cada vez más perdido y alejado de Dios. Cuando un
profeta iba a entregar una profecía no era creído por ser un profeta bíblico o
un santo canonizado ya que por entonces era un simple hombre a los ojos de
todos y dejaba paso a la duda. Sólo ahora lo sabemos como seguro y auténtico.
Entonces era preciso un discernimiento sobre esa persona y sobre el mensaje,
pero sobre todo una apertura a ser guiados por el Señor por otros.
Creer sólo aquello que ha sido
demostrado como santo en el pasado adormece el estado de alerta de nuestro
espíritu actual y no nos permite alcanzar las correcciones y los mensajes que
Dios nos quiera dar ahora mismo con respecto al futuro que tenemos abierto
personalmente.
San Pablo nos invita a que no
apaguemos el espíritu y no despreciemos las profecías, sino que examinemos
todo y nos quedemos con lo bueno (1 Tes 5, 19-22).
Algunos creen rechazar sólo las
profecías no aprobadas (sean de santos o de la Virgen María), pero en realidad
no abrazan seria y personalmente las numerosas invitaciones que se han hecho en
las que han sido aprobadas, por lo que son excusas para alejar el compromiso a
la auténtica conversión que nos lleva a la sobriedad, a la adoración, al
rosario diario, al ayuno, a la oración y, en definitiva a ser radicalmente
santos.
Razón tenía San Juan Pablo II
a decirnos "no tengáis miedo", porque en definitiva estamos atrapados
por el miedo. Miedo a renunciar a nosotros mismos, a nuestra comodidad, al
placer que nos rodea, a la tranquilidad que deseamos aunque sea la del mundo, a
ser escándalo profético con nuestro ejemplo de vida desde el espíritu y el amor
a la cruz del resucitado. Y el miedo nos hace soberbios, nos pone a la
defensiva y, sobre todo, nos cierra al Espíritu Santo.
El cristiano tiene que volver a
su origen. Vivir desde el espíritu una vida sacramental enamorada de TODO el
evangelio, desde la Navidad hasta la sangrienta cruz, con la mirada puesta en
el cielo y buscando una alegría eterna más que la felicidad pasajera. El
bautizado es inhabitador trinitario llamado a una filiación divina que le hace
corredentor y partícipe del proyecto salvador de Cristo.
Que María en este mes de Mayo nos
ayude especialmente a ir directos a su Hijo, para ser dignos de Sus promesas de
eternidad y poderlas gozar, ya desde esta vida terrenal, sin miedo y fieles a
la Verdad que se nos ha revelado y que queremos contemplar eternamente.
Paz y bien.