En un artículo interesante de
Aleteia titulado “Deseo
sexual: ¿cuándo es ordenado y cuándo desordenado?” se trata un tema muy
interesante para cualquier católico casado, pero delicado porque vincula el
placer sexual con la santidad y lo fundamenta en Adán y Eva.
Sin embargo hay que recordar que la unión sexual es "un camino de
crecimiento" y nunca un fin en sí mismo. El placer es funcional para
la unión y la fecundidad, pero nunca debe de ser el principal objetivo. Es
normal querer buscar estar a gusto en la relación sexual, pero obsesionarse con
ella, o hacerla central para la espiritualidad cristiana, es un grave error
entre muchos cristianos.
Es falso es decir que Adán, al ver a Eva, "sintió deseo sexual por
ella". No viene en ninguna parte. Lo que no tenían era vergüenza, pero
no se dice nada al respecto de la excitación. De hecho si se estudia este
aspecto con más profundidad lo que destaca de la frase de Adán «¡Esta sí que es
hueso de mis huesos y carne de mi carne! Su nombre será “mujer”, porque ha
salido del varón» (Gn 2,23) no es excitación por lo físico, sino contemplación al
ver una imagen de Dios en la que pueda haber donación de amor (entrega personal)
según una misma naturaleza (algo que no se puede dar con un animal porque no es
persona). Adán se relacionaba con Dios de forma transparente y perfecta, pero
en las relaciones de orden animal no encontraba un amor donal. Al ver a Eva
encuentra el modo de encarnar su amor, pero no estaba pensando en relaciones
sexuales, sino en un tipo de relación humana ajustada a su naturaleza.
De hecho, el deseo sexual, tal
como lo conocemos, es más propio de después del pecado y de cómo sería antes no
tenemos idea alguna y podría perfectamente no haber relaciones puesto que los
cuerpos eran totalmente diferentes y vestidos de luz (algo más parecido al
cuerpo glorioso que al cuerpo que conocemos ahora). No hay ninguna manzana en el
Génesis y ésta no tiene nada que ver con la tentación. Los frutos de los
árboles del paraíso representan los dones de Dios (todos buenos) y el que no
debían de tomar Adán y Eva no era por ser prohibido eternamente, sino hasta que
Dios lo hubiera querido dar, pues malo no podía ser. Nunca dice Dios que de ese
árbol no tomarían, sino que de que ello no debían de tomar, que es muy
distinto. El pecado consistió sobre todo
en tomarlo a voluntad, sin confianza en la espera de los tiempos de Dios y sus
designios. Fue una prueba de confianza cuyo fallo desencadenó una ruptura
que afectó a toda la humanidad y que modificó no sólo la concupiscencia, sino
toda la naturaleza humana (cuerpo y alma), oscureciéndonos la visión del rostro
de Dios y su presencia a su Creador hasta la llegada de Cristo y María, los
nuevos Adán y Eva. Y aún queda por restaurar todas las cosas definitivamente,
algo que se dará tras el final de los tiempos en la nueva Jerusalén que “descenderá
del cielo” para ser “morada de Dios entre los hombres” (Ap 21,2-3).
La única forma de vivir el matrimonio bien, sobre todo en la dimensión de
la unión sexual, es trabajar cada día en morir a nosotros mismos en pro del cónyuge
primero y de los hijos después.[1]
Sólo uno que se olvida de sí mismo y carga con esa tremenda cruz de dejar la
búsqueda de su satisfacción, sus gustos, sus pasatiempos, hobbies, comodidades
y gustos, puede atreverse a seguir seriamente a Cristo en el sacramento de la
esponsalidad del matrimonio. Ese camino es camino de santificación, martirio
diario y entrega total. Entonces sí que los actos sexuales serán signos sacramentales
de la presencia de Dios y de su inhabitación trinitaria en los esposos como una
sola carne, pero no por buscar el placer a primeras como bueno.
Buscar esta ascética trinitaria propia del sacramento matrimonial no
tiene nada que ver con buscar la forma de cuadrar nuestro deseo de sexo y
placer. Así que el placer no es malo, pero es muy fácil tratar de darle
vueltas para ponerlo en el centro de la espiritualidad, por eso el árbol de los
frutos prohibidos estaba en el centro del jardín (Gn 3,3), pues en el centro
sólo debe de estar Dios.
Paz y bien
- - - PD.
- - - PD.
Un gran amigo sacerdote y muy bien formado me ha preguntado que "por qué hay que decir que Adán no sintió atracción sexual por Eva si lo que dice el Génesis es que estaban desnudos, pero no se avergonzaban el uno del otro", diciendo que "es verdad que quizá no es la expresión más feliz, pero tampoco se puede negar rotundamente. Puede afirmarse que Adán experimentó la atracción por su semejante, las fascinación ante la belleza de la mujer, pero no la deseó como objeto sexual o fuente de placer".
Espero que mi respuesta pueda ayudar a matizar un poco más mi enfoque:
"Porque al ver por primera vez a una persona que encarnara la imagen trinitaria y con quien pudiera relacionarse al mismo nivel natural (de naturaleza) y decir que el primer entusiasmo fue por excitación sexual es en mi opinión enfocar el asunto desde nuestro modo de entender la sexualidad ahora, no desde una antropología perfecta original y pensada por Dios. Tampoco la desnudez hace referencia a una desnudez de ropa, pero así se entiende. Si Dios ha vestido con tanta elegancia a la naturaleza animal y vegetal, ¿no daría mayor vestimenta a su obra maestra que era semejante a la Trinidad? Claro que sí. Pero la vestimenta de Adán y Eva existía y seguramente sería de luz y esplendor proporcionada a su belleza. Por el pecado se perdió mucho más que el orden del apetito sensitivo. Esa exaltación (y lo enseña Juan Pablo II si se lee bien) hace referencia al ver Adán un semejante, no a una "tía buena" (y esto lo he escuchado en homilías).
Fascinación ante una belleza dada por el atractivo varón-mujer y no sólo por una que hubiese podido darse con otro varón (en calidad de "otra persona" sin la distinción propia de varón-mujer), la habría seguramente, pero es un concepto que está tremendamente mal entendido. Estoy seguro de que si viera en persona a la Virgen María la vería igualmente bella, pero no se me ocurriría atribuirlo a sus rasgos sensuales, que es lo que se atribuye a ese pasaje del Génesis"
[1] Cfr: https://diegocazzola.blogspot.com.es/2017/08/la-santidad-en-el-matrimonio-y-la-familia.html