En vídeo: https://youtu.be/H0frB8A1nwU?t=7m44s
1. El fin del matrimonio
es la unión con Dios
El matrimonio es un camino para
llegar a Dios y, como una montaña tienen varias laderas para subir a la cima,
el matrimonio es una para alcanzar la santidad. La meta familiar es una y es
la unión con Dios y es importante no confundirla con las otras metas
secundarias como la hipoteca, el trabajo, etc.
Los esposos no se pueden pedir, el
uno al otro, la plenitud que sólo Dios puede dar a cada uno. De
hacerse se corre el riesgo de quedar decepcionados por el matrimonio.
Pregunta para el testimonio: ¿He puesto algo o alguien por
delante de Dios? ¿Realmente quiero a Dios por encima de mi cónyuge o
hijos? ¿Es Dios mi máxima prioridad? ¿Soy consciente de que la plenitud la
encontraré sólo Dios y no el cónyuge?
2. El modelo del
amor conyugal es Jesucristo.
El centro del matrimonio y su
referente principal es la persona de Cristo y no el sentimiento o la emotividad. Lo que
mueve a la entrega diaria no debe de ser la sensación, sino una convicción
iluminada por la razón que busca lo bueno y verdadero.
En este sentido el amor matrimonial
no es sólo una experiencia de eros, sino de ágape que lo transforma en un compromiso personal, un “querer
querer”. No sólo el amor preserva el matrimonio, sino que el mismo
matrimonio preserva el amor: “Me casé porque te quería. Ahora te quiero
porque me casé”. Tomada la decisión de casarse ya no hay que volver atrás. Dudar
de ello es una tentación que hay que desestimar sin más.
Pregunta para el testimonio: ¿Sabemos guiarnos por la vivencia
de Cristo antes que por las influencias del mundo o las debilidades personales?
¿Hemos llegado a dudar de nuestro matrimonio o de nuestro cónyuge como aquel
que Dios nos ha entregado para su santificación?
3. Los esposos
deben de ser instrumentos de santidad el uno para el otro.
Los esposos viven una preciosa
intimidad que les permite mantener una relación fecunda en el proceso de
santificación. Cada uno ayuda al otro a descubrir lo mejor y lo peor desde la
caridad, pero sin que se den celos y envidias. Cada uno debe de ser instrumento
de santidad que ayude al otro a ser mejor. Es precisa una relación basada en la
caridad y la humildad.
Pregunta para el testimonio: ¿Conseguimos dejarnos criticar sin
levantar defensas o justificaciones, y ser agradecidos por las críticas? ¿Conseguimos
ayudar con caridad y humildad al otro?
4. En el
matrimonio hay que aprender a olvidarse de uno mismo
Entre los esposos tienen que haber
peleas sólo para adelantarse en el servicio al otro. La familia es un
lugar privilegiado para la entrega de uno mismo al otro, pero también se puede
caer en la tentación de generar un clima de confort que la aísle del mundo. La
entrega tiene que ser el motor de la vida espiritual del matrimonio.
Pregunta para el testimonio: ¿Soy capaz de olvidarme a mí mismo
y dedicarme a los demás por encima de mis necesidades (hobbies, trabajo
innecesario, ocio, deporte, etc.)? ¿Somos capaces de abrirnos hacia fuera
evangelizando y abriéndonos a la vida con generosidad?
5. El
matrimonio se tiene que abrir a la familia extensa
Un amor carnal lleva a cerrarse a
la vida nuclear y dificulta la apertura a la familia extensa. Un modo de
amar al otro cónyuge es amar a su familia de origen como si se tratara de la
suya.
El problema del mandato de ser “una
sola carne” sólo encuentra su solución en la conversión.
Pregunta para el testimonio: ¿Soy capaz de amar a la familia de
mi cónyuge como si fuera la mía? ¿Pido a Dios el don de la conversión profunda
y radical para ser capaz de amar la cruz de cada día en mi familia?
6. Tener no
sólo paternidad carnal, sino espiritual
Es bueno amar a los hijos no sólo
desde la carnalidad, sino en orden a lo espiritual. Es preciso amar a los hijos
buscando su santidad y recordando que los hijos son de Dios y para Dios.
Atender a una paternidad espiritual es buscar sobre todo lo que Dios quiere
para ellos. Tratar de que sean santos es tratar de que sean conforme a la
voluntad de Dios e implica ser descubridores de la voluntad de Dios más que
inventores.
Esto preserva de dos errores:
A. Ser posesivos
con respeto a los hijos, considerándolos algo propio y no para Dios.
B. Ser sobreprotectores
y justificarle por encima de todo.
Pregunta para el testimonio: ¿Veo a mis hijos como de Dios más
que míos? ¿Trato de buscar lo que Dios quiere de ellos más que lo que yo
querría que fuesen?
7. No reducir
el cristianismo a una mera ética de solidaridad.
Es importante ser cristocéntricos.
No se trata de un buenismo sin más que nos lleve a compartir por compartir,
sino a vivir en comunión entre nosotros por la persona de Cristo, en comunión
con él. Llevar a los hijos a un colegio católico no debería ser por su orden y
disciplina y menos aún para que sean buenas y educadas personas, sino para que
Cristo sea el centro también en la formación académica. Es necesario un
encuentro personal con Cristo que cambie nuestra vida y no sólo inculcar valores
y reglas, por buena que sean.
Al igual que en la cacería del
zorro al principio todos los perros corren juntos y a la vez, pero al final
sólo corren aquellos que han visto el zorro y saben dónde está, es importante
que nosotros sigamos con convicción a Jesús, de lo contrario podríamos encontrarnos
perdidos en nosotros mismos y olvidar a quién perseguíamos. No se trata de
portarse bien por portarse bien, sino de ser constantes en el bien, algo
posible sólo desde un el encuentro real y permanente con Cristo. Lo que
funda la vida es la experiencia de Cristo, no la ética.
Pregunta para el testimonio: ¿Trato de poner a Cristo y el
encuentro con Él por encima de todo y en todo o pienso que es una exageración
buscando darle un espacio al mundo y su mundanidad? ¿Explico a mis hijos el
sentido de amor que se esconde en las normas o exijo sin más un respeto por mi
autoridad?