Al grano...
El
sacerdote en la misa empieza besando el altar porque
representa a Cristo y en ese lugar vendrá en la consagración. Se da golpes
en el pecho, donde el corazón, para despertarse del pecado (y nosotros
también), grita tres veces “Señor ten piedad” como el ciego de Bartimeo,
y nosotros con él. Luego, se lava las manos pidiendo a Dios
que lave sus culpas y purifique su pecado.
En
el Santo acuden todos los santos del cielo y las cortes
celestiales a ponerse al pie del altar donde Dios se hace un simple pan sin
sal, ni levadura, insípido y vulnerable. Gritamos “Hosanna en el Cielo” junto
a toda la creación.
En la consagración el sacerdote se
arrodilla ante el misterio eucarístico, se toca la campanilla para que todos
presten atención a ese gran momento y, todo el pueblo que pueda, debe de
ponerse de rodillas mirando fijamente el cielo en la tierra elevado en las
manos del sacerdote.
En la comunión se nos recuerda
que es “el cuerpo de Cristo” y decimos “Amen”, es decir, “así sea”, pues somos conscientes de que este pan no es un símbolo, sino el mismo cuerpo de Dios creador
y redentor que nos abre las puertas al cielo con una alianza siempre nueva y
renovada, que nunca ha sido anulada a pesar de nuestro rechazo y nuestra
indignidad.
Ese pan lo recibimos de las manos del sacerdote, no lo cogemos. Es importante este detalle porque refleja nuestra gratitud y respeto ante un bien tan grande e inmerecido como misterioso. Pretender "cogerlo" es querer, en realidad, o bien simplificar y rebajar su valor o bien pretender estar a su altura. Vamos, psicológicamente no queda muy lejos de la actitud que estaba detrás de sospecha de Adán y Eva. Así que "recibir" el cuerpo de Cristo es un acto de aceptación de amor que reconoce nuestro lugar indigno, "cogerlo", por otro lado, expresa un pretendido derecho a recibir el amor de Dios porque así lo queremos.
Al igual que al sordomudo Jesús
le sanó tocándole la lengua, Cristo nos sana tocando la nuestra. Jamás el
sordomudo le habría forzado la mano a Jesús para que le tocara la lengua. Esa
gracia es para ser recibida, no exigida.
La eucaristía es “carne de
perdón” y, como el perdón, no se puede forzar, sino que se nos tiene que
entregar voluntariamente. Si alguien no te perdona, no se le puede obligar a
ello sin desvirtuar ese amor necesitado.
Volviendo a la adoración que le damos y la preparación de la misa que muchos olvidan en la comunión...
En cuatro ocasiones se eleva la
patena y el cáliz: en el ofertorio, en la consagración, al final de la plegaría
eucarística en el “Por Cristo, con Él y en Él” (doxología) donde confirmamos
nuestra promesa al Señor de ser suyos con un Amen de los más importantes de la
toda la santa misa (por eso es el Amen que, por su solemnidad, más se canta).
Finalmente, en la proclamación “Éste es el cordero de Dios” se vuelve a
levantar, preparándonos ya para recibirle mirándole elevado y en adoración.
En la misa estamos continuamente
preparando nuestro interior para recibir al Dios que sana nuestro corazón pecador
viniendo Él a nosotros. Pero es triste y contradictorio que en la comunión luego todo desaparezca para muchas
personas y lo muchos lo cojan como si de una cosa más se tratara.
Y si unos pocos pueden llegar a mirar concienzudamente que no queden partículas en las manos, llevan las manos limpias, en posición de trono bien elevado y comulgan con la máxima piadosidad exigida por el magisterio en esa segunda posibilidad que ahora comentaré, la grandísima mayoría no cuida en absoluto ese momento.
Con todo lo recogido aquí y que trata de reconocerle a Dios su lugar divino, deberíamos entender por qué ningún santo ha recibido la comunión en la mano ni de pie, por eso deberíamos entender por qué ha sido así unos 2000 años, porqué, siempre que un vidente ha recibido la Eucaristía por un ángel (como en Fátima), lo han hecho de rodillas y en la boca. Por eso es el primero y auténtico modo para recibir la comunión y el segundo, sería bueno saber que no solo fue desaconsejado permanentemente por los Papas, sino que fue tolerado por medio de un indulto que se otorgó a quienes desobedecieron de modo frontal a la autoridad papal, para que muchos no se vieran en pecado de desobediencia. Tanto Juan Pablo II, como Benedicto XVI lucharon por volver a la comunión en la boca y de rodillas, pero ya muchos lo ven como un derecho, y si ahora se cuestiona el sacerdocio del varón, y el matrimonio, ...como para lidiar con la comunión en la mano.
Creo que la solución es aumentar la frecuencia de la adoración eucarística. Porque Dios no está en todas partes como lo está en la eucaristía. En el aire hay agua, pero no puedo beberla, así que volvamos a los sagrarios para pedir a Dios sanar los males que nos alejan de él, pues esos son los que causan todos los demás males.
PD. No me venga nadie con que los
apóstoles lo tomaron en mano, porque primero eran sacerdotes y segundo la
Iglesia ha comprendido y evolucionado mucho por la acción del Espíritu Santo y
ya no tenemos tres años en la fe; podemos darnos por confirmados, si aceptamos los cambios que la humildad nos propone.