08 marzo 2025

¿En la frente o en la cabeza? Cómo, cuándo y por qué...

De todas las veces que he recibido las cenizas en el "Miércoles de cenizas" este año ha sido la primera vez que las recibí en la frente. Siempre me ha parecido una forma más visible de dar testimonio de este día y también una forma de recordarme a mí mismo, a lo largo del día, mi llamada personal a la conversión, para renovar en mí el deseo de caminar hacia la Pascua, dejando atrás el Diego viejo y buscando el que Dios puede y desea renovar.

Hoy, sin embargo, me alcanza un post en el que se critica la imposición de las cenizas en la frente, "acusando" en parte una falta litúrgica y cierta ostentación de una penitencia desagradable a Dios. Enseguida surgieron en mí dudas: "¿lo estaré haciendo mal?" Así que, tras una buena investigación, voy a compartir ciertas aclaraciones al respecto.

La Iglesia, en su tradición milenaria, no obliga ni prohíbe una forma u otra de imponer las cenizas. Lo fundamental es que se realice con un espíritu de humildad y conversión. Tanto recibirlas en la frente como en la cabeza son prácticas legítimas, siempre y cuando las cenizas provengan de la quema de los ramos bendecidos y hayan sido debidamente bendecidas. No se trata de un ritual en el que se deba buscar la ostentación, sino de un signo que nos invita a recordar nuestra fragilidad y la necesidad de cambio interior.

Pero para ir por partes, os cuento la historia de las cenizas, porque así se comprenderá mejor cómo la Iglesia ha evolucionado al respecto. En los primeros siglos del cristianismo, la práctica de cubrirse con cenizas estaba reservada para los pecadores públicos, quienes, en señal de arrepentimiento, se cubrían la cabeza y vestían cilicio. Esta costumbre, inspirada en las tradiciones del Antiguo Testamento, fue poco a poco imitada por la comunidad entera, pasando de ser un signo exclusivo de penitencia severa a un rito de iniciación para toda la Cuaresma.

Durante la Edad Media, el rito se fue formalizando: ya en el siglo XI se adoptó el primer formulario litúrgico para la imposición de cenizas, consolidándose en el Concilio de Benevento de 1091, convocado por el Papa Urbano II. Con el tiempo, tanto clérigos como laicos comenzaron a recibir la ceniza, marcando con ella el inicio de un camino de conversión. Tras la Reforma litúrgica del Concilio de Trento en el siglo XVI, la práctica se mantuvo en toda la cristiandad occidental y, más tarde, en el Concilio Vaticano II se reafirmó el valor espiritual del rito, sin imponer una única forma de ejecución. Es en este contexto que se incorporó la posibilidad de utilizar agua bendita –e incluso aceite crismal– para suavizar y facilitar la imposición, generando variantes regionales. En algunos países europeos es habitual que la ceniza se esparza sobre la cabeza, mientras que en América Latina se ha popularizado la formación de una cruz en la frente. Estas diferencias, documentadas en diversas fuentes oficiales, evidencian la riqueza y adaptabilidad del rito a distintas culturas, sin que ello modifique su sentido esencial.

Entonces, ¿podemos recibir las cenizas en la frente? ¿Podemos dejarnos la marca?
Sí, es posible. Nada impide recibirlas en la frente ni conservar la señal como testimonio visible. Lo importante es que las cenizas se hayan formado correctamente, es decir, que sean producto de la quema de ramos bendecidos y que hayan sido debidamente bendecidas litúrgicamente. Asimismo, la actitud que acompaña el gesto debe ser siempre de humildad y sincera conversión. La marca en la frente, cuando se adopta como un recordatorio personal y comunitario del llamado a la penitencia, no entra en conflicto con el espíritu del rito. Más bien, es una forma de exteriorizar el compromiso de transformar el corazón, sin que ello signifique una ostentación vana.

Una vez más, la Iglesia tiene un recorrido y un sentido que van más allá de lo que nuestra intuición inmediata nos puede ofrecer sobre estas prácticas milenarias. Creo que debemos proponernos ser más obedientes y sencillos en cuanto a los gestos exteriores, y juzgar menos los aspectos internos vinculados a ellos. El mundo está tan mal que cualquier testimonio de amor a Dios, arrepentimiento u oración debería ser visto como un testimonio casi martirial, en lugar de considerarse un posible acto de vanagloria y ostentación. Necesitamos testimonios fuertes y profundos, porque ya no estamos dando muestras a quienes no conocen a Dios, sino a quienes le rechazan. No confundamos, pues, el valor del testimonio antiguo y actual, ya que el contexto les confiere un significado completamente distinto. Como el corazón solo lo conoce Dios, dejémosle a Él ese juicio y trabajemos más en nuestro interior.

Paz y bien

Fuentes: